martes, 22 de enero de 2013

Una curiosa teoría esbozada en su blog por D. Torres

Quedar como gilipollas


David Torres
Me corroe la sospecha de que el caso Bárcenas no es más que una cortina de humo, un grifo abierto que los propios fontaneros del PP se han dejado abierto para distraer al personal del desastre absoluto de su gestión en todos los campos. En sólo un año mariano, el increíble hombre milagro, el campeón que iba a sacarnos de la crisis, ha logrado otro millón de parados, un cerro de hospitales desmantelados, un proyecto educativo de chiste, miles de familias arrojadas a la puta calle… La catástrofe pinta tan mal que ya no sirve endosársela a la herencia de Zapatero, su antecesor; ni a la herencia de Franco, su progenitor; ni siquiera a la herencia de Merkel, su dueña y señora. La cosa sólo podía taparse con un escándalo mayúsculo y entonces a alguien se le ocurrió resucitar el cadáver de Bárcenas, el muerto más elegante del fondo de armario del PP. Pero, como suele pasar en estos casos, se les ha ido un poco la mano y en vez de una cortina de humo lo que les ha caído encima es un castillo de mierda.
Ustedes me dirán, y con razón, que eso no tiene ningún sentido, que semejante maniobra suicida sólo podía ser obra de una cuadrilla de imbéciles, pero es que tampoco se le puede suponer mucha inteligencia a una gente que nunca se percató de que les estaban expoliando desde un despacho de ahí al lado durante décadas y décadas. No cabe ninguna otra explicación a los dos patitos de Bárcenas, salvo concluir, claro está, que todo el politburó genovés estaba metido en el ajo, que no eran tontos del culo sino cómplices, un dilema que hubiera cortocircuitado el monólogo de Hamlet. ¿No ser o no ser? ¿Gilipollas o mangantes? He ahí la gente que nos gobierna.
Como ya preveíamos, Cospedal se ha encasquillado en la negación hasta el punto de que, en vez de una entrevista, parecía que estuviera mirando un partido de tenis. No, no y tampoco. No le consta, no sabe, no contesta. ¿Sobres? Nosotros usamos correo electrónico. ¿Firmas en recibís? Ni leemos ni escribimos, firmamos con una X. ¿Dinero negro? En el PP no va a encontrar ni un negro, salvo Baltasar el día de Reyes, y alguno que se excedió con los rayos UVA. ¿Bárcenas? Nosotros no cenamos en bares.
Una vez a Pujalte se le ocurrió decir que los del Gürtel no eran más que una banda de chorizos que tenían engañado a todo el PP valenciano, pobrecitos, reduciendo el mayor caso de corrupción de los últimos tiempos a aquella escena mítica en que Tony Leblanc le pegaba el timo de la estampita a un paleto avariento. Por lo visto Luis Bárcenas se pasó veinte años entrando y saliendo de Génova con un maletín lleno hasta los topes de recortes de periódicos, guiñando los ojos, tirando pedorretas y agitando los brazos cual cigüeña. Sí, mejor quedar como gilipollas.
  
David Torres
Fui cobrador de recibos y librero antes de comprender, como me advirtiera mi padre, que la de proletario es una carrera demasiado difícil. Entonces me dediqué a esto de la escritura, al periodismo y a dar clases de literatura en Hotel Kafka. Las novelas son todas hijas mías pero del periodismo tuvo la culpa Manu Leguineche, que en 1999 leyó mi primer libro, Nanga Parbat, y cometió la temeridad de reclutarme en su agencia Faxpress. Luego pasé brevemente por el ABC de Madrid, colaboré en El País Semanal y en diversas revistas, hasta que en el 2004 inicié mi andadura en El Mundo, donde aprendí que el columnismo es un oficio caducifolio que consiste en irritar a todo el personal, incluido yo mismo. Siempre he pensado que una novela es como un matrimonio más o menos largo mientras que una columna es un lío de una noche. Fui finalista del premio Nadal en 2003 con El gran silencio y he ganado también el Hammett de la Semana Negra de Gijón y el Tigre Juan por Niños de tiza, así como el premio Logroño por Punto de fisión, de donde toma su título esta trinchera. Como se ve, con mis novelas he hecho lectores y amigos, y con mis columnas más bien al contrario. Pero está bien así, porque siempre he pensado que un escritor ha de luchar contra el poder, sea del signo que sea, aunque la señal de su triunfo resulte tan minúscula como una picadura de mosquito en el culo de un elefante.

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