Corrupción de baja intensidad
José Antonio Marina
Este tipo de corrupción se extiende insidiosamente, penetra por todos
los pliegues de la vida social o privada y acabamos por no detectarla y
convertirnos en colaboracionistas.
Esta semana he tenido que realizar trámites normales –cambio de contrato de luz, pagar un impuesto, enviar por tercera vez un documento a un juzgado- que han resultado incompatibles con un horario laboral normal. Falta productividad en todos los niveles. Los organismos no funcionan. Acabo de ver un reportaje sobre el Tribunal de Cuentas. Al parecer, presenta los informes con cinco años de retraso, sus miembros –que deben auditar a los partidos políticos- están elegidos por los partidos políticos. El Tribunal Constitucional acaba de pronunciarse sobre los matrimonios homosexuales después de siete años. Una consejera de Bankia declara que no sabía nada de finanzas pero cobraba 300.000 euros anuales por oír. La tragedia del Madrid Arena descubre una serie de chapuzas administrativas. Ante tal falta de rigor, de exigencia, ante esa relajación generalizada creo que no hay que reactivar la economía, sino que, previamente, tenemos que reactivarnos los ciudadanos.
Padecemos lo que he llamado “síndrome de inmunodeficiencia social”. El síndrome de inmunodeficiencia está bien descrito en los individuos: un organismo pierde su capacidad de defenderse contra un agente patógeno. Su sistema inmunitario deja de funcionar. Pero no está descrito en su dimensión social. Una sociedad puede también perder esa capacidad y volverse incapaz de aislar, combatir, neutralizar o expulsar los elementos dañinos. Sus defensas se debilitan, se hace más vulnerable y no reacciona ante el agresor que la ataca. La corrupción de cualquier tipo, la quiebra de la confianza en las instituciones, la desmoralización –en su doble sentido de falta de energía ética y de abundancia de comportamientos indignos–, son una prueba de que nuestra salud es precaria. No nos escandalizamos ya por nada.
Resulta peligrosa la facilidad con que todos nos habituamos a cualquier cosa, sometidos a un lento proceso de intoxicación.
El antídoto: reconocer lo que nos pasa, fortalecer nuestro sentido crítico y librarnos de una confusa tolerancia.
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