Regeneración
Josep Borrell
Es la palabra de moda. De repente ha surgido una demanda de regeneración, o de regeneración democrática por más señas, que se refleja omnipresente en los medios de comunicación, los movimientos y redes sociales y en las declaraciones políticas.
La piden desde las voces desgarradas por el dolor vivido, como la de la representante del movimiento contra los desahucios llamada a testimoniar en las Cortes, a la de los intelectuales de la izquierda no partidista, como J. M. Caballero Bonald, reciente premio Cervantes, que nos dice que es “ineluctable acometer la regeneración de España”. Hasta el PP se apunta a la tarea. Aznar recuerda que su partido siempre ha estado en la punta de lanza de la regeneración y que debe seguir estándolo. Suena un poco sarcástico cuando su tesorero escondía en Suiza los 22 millones amasados mientras el PP trabajaba por esa regeneración.En realidad la bandera de la regeneración se esgrime desde dentro del PP como instrumento en la lucha interna que se ha desatado a cuenta de los Gürtel, los Bárcenas y los presuntos sobres. Pero por unas razones o por otras, con mayor o menor credibilidad, en casi todos los partidos se alzan voces pidiendo regenerar la democracia. Señal de que se debe haber degenerado y que la crisis que sufre la sociedad española lo pone más de relieve y lo hace más insoportable.
En efecto, la conjunción de la proliferación de casos de disfuncionamiento del sistema político y la grave situación de necesidad de buena parte de la sociedad constituyen un cocktail explosivo que puede amenazar la estabilidad del sistema democrático. Es importante que nos demos cuenta y le pongamos remedio. Un panorama social desbastado por el paro y los desahucios, con centenares de miles de pisos vacíos, cajas quebradas y una juventud sin horizonte se agrava por la multitud de casos de comportamiento irregular e enriquecimiento ilícito, sin que los responsables sean sancionados por la justicia o por lo menos dimitan de sus responsabilidades.
Indignación, desesperanza y temor son los tres ingredientes de una mezcla letal que desgasta la fábrica social. Y el desgaste afecta a toda la estructura institucional, desde la Casa Real a los municipios, pasando por el poder judicial y los partidos políticos. Es tremendo que las encuestas nos digan que el 95 % de los ciudadanos desconfían de los partidos políticos y de las instituciones democráticas. Y aunque sea tremendamente injusto generalizar y poner a todo el mundo en el mismo saco, son ya demasiados los casos que se conocen como para no justificar esa desconfianza. Y la democracia, como la moneda, es un sistema que se basa en la confianza. No puede funcionar si esta se pierde.
Los partidos políticos son una pieza clave de la democracia. Podemos criticarlos pero necesitamos alguna forma de canalizar la participación política que sea más eficiente que la asamblea permanente. Pero hay que reconocer que su funcionamiento es manifiestamente mejorable desde la misma exigencia constitucional de democracia interna y desde la asunción de responsabilidad de sus dirigentes. La cosa tiene remedio, se sabe cuáles son y habría que aplicarlos pronto. Por supuesto cambiando la Ley Electoral y acabando con el sistema de listas cerradas y bloqueadas que rompen la relación entre representante y elegido y dan todo el poder a las cúpulas de los partidos. Se ha dicho hasta la saciedad, hora es de corregirlo. Ninguno de los grandes países de nuestro entorno, Francia, Alemania, Reino Unido, lo tienen, por algo será. En un reciente artículo, Carme Chacón nos ilustra de cómo funcionan las cosas en Alemania, por ejemplo, donde los candidatos a diputado son elegidos en primarias (como en el Reino Unido) y los máximos dirigentes de los partidos se responsabilizan directamente de su gestión económica. No es posible seguir aceptando el alibi de que cuando se destapa la financiación ilegal ellos no saben nunca nada y la culpa es del tesorero de turno, que se come el marrón ya que nunca les contó ni ellos quisieron saber.
El sistema elección de los candidatos y la financiación de los partidos son claves para una democracia de calidad. Hasta hace bien poco se permitían en España las donaciones anónimas. Hemos descubierto varias veces que lo que no cubría el anonimato se ocultaba. Ahora el PSOE propone lisa y llanamente la prohibición de las donaciones de empresas a partidos, lo que me parece bien siempre que se pueda controlar lo que pasa por debajo de la alfombra. Y el control, o mejor dicho la falta de control, del Tribunal de Cuentas es inaceptablemente ineficiente. Todavía están por auditar las cuentas del 2008…
También se puede criticar la composición de ese Tribunal. En realidad, como dice el editor de estas páginas digitales, más que una separación de poderes tenemos una separación de funciones porque la composición de los distintos poderes y de sus órganos es decidida por la dirección de los partidos políticos con criterios que no siempre se ajustan a las exigencias del cargo.
La demanda de regeneración va mas allá de los partidos políticos. Afecta a la arquitectura institucional básica del Estado. Es lógico, cuando al mismo tiempo hay una crisis de comportamientos que afecta a la vez a la Zarzuela y a la Moncloa, es decir a la jefatura del Estado y a la del Gobierno. Y cuando en medio de la mayor crisis económica de la democracia parece como si los poderes públicos fueran impotentes para hacerle frente, las soluciones nos vienen dictadas de fuera y parecen ser las mismas gobierne quien gobierne, el sistema financiero no cumple su función y Europa ha dejado de ser la solución para pasar a ser el problema.
Hemos retrocedido a los niveles de renta disponible de hace 10 años, antes de la implantación del euro. Hemos perdido 10 años en términos agregados pero al pasar de una situación de “nuevos ricos” a la de “nuevos pobres”, la distribución de la renta ha empeorado porque los que ya eran ricos se han enriquecido más aun y los que seguían siendo pobres se han empobrecido más todavía. Las clases medias se están fundiendo y el temor al desclasamiento social les impide establecer alianzas políticas con los ya desclasados.
Un año de gobierno del PP, violando todas sus promesas (¿alguna vez se las creyeron?) ha significado un retroceso en las políticas que construyen el futuro y que afectan principalmente a los jóvenes y a las futuras generaciones, desde la educación al medio ambiente, las energías renovables y la investigación. Así hipotecamos nuestra competitividad futura para la que solo nos queda por lo visto el ajuste a la baja de los costes salariales. En estos temas bajamos en todos los ratings de la OCDE y subimos en los que miden la corrupción (somos el 30 país a escala mundial) y la desigualdad (somos el segundo país más desigual de la UE). Los más preparados se van y entre el fin del impulso inmigratorio, de las ayudas a la natalidad y del temor al futuro incierto tenemos asegurada una caída demográfica que hará más inseguras las pensiones de los jóvenes parados de hoy.
Ante este panorama no nos podemos permitir el colapso del sistema político-institucional minado por la desconfianza. Esos problemas no tienen solución sin buenas políticas. Y sin que se asuman responsabilidades políticas que son previas y diferentes a las administrativas y penales. Sabemos que los países que fracasan, o no despegan, es porque no tienen instituciones fuertes, transparentes y responsables. En este sentido, es lamentable que la comparecencia de Draghi en el Congreso sea a puerta cerrada.
La demanda de regeneración está justificada. Esperando que no sirva solo de arma en las batallas intrapartidistas.
Es la palabra de moda. De repente ha surgido una demanda de regeneración, o de regeneración democrática por más señas, que se refleja omnipresente en los medios de comunicación, los movimientos y redes sociales y en las declaraciones políticas.
La piden desde las voces desgarradas por el dolor vivido, como la de la representante del movimiento contra los desahucios llamada a testimoniar en las Cortes, a la de los intelectuales de la izquierda no partidista, como J. M. Caballero Bonald, reciente premio Cervantes, que nos dice que es “ineluctable acometer la regeneración de España”. Hasta el PP se apunta a la tarea. Aznar recuerda que su partido siempre ha estado en la punta de lanza de la regeneración y que debe seguir estándolo. Suena un poco sarcástico cuando su tesorero escondía en Suiza los 22 millones amasados mientras el PP trabajaba por esa regeneración.En realidad la bandera de la regeneración se esgrime desde dentro del PP como instrumento en la lucha interna que se ha desatado a cuenta de los Gürtel, los Bárcenas y los presuntos sobres. Pero por unas razones o por otras, con mayor o menor credibilidad, en casi todos los partidos se alzan voces pidiendo regenerar la democracia. Señal de que se debe haber degenerado y que la crisis que sufre la sociedad española lo pone más de relieve y lo hace más insoportable.
En efecto, la conjunción de la proliferación de casos de disfuncionamiento del sistema político y la grave situación de necesidad de buena parte de la sociedad constituyen un cocktail explosivo que puede amenazar la estabilidad del sistema democrático. Es importante que nos demos cuenta y le pongamos remedio. Un panorama social desbastado por el paro y los desahucios, con centenares de miles de pisos vacíos, cajas quebradas y una juventud sin horizonte se agrava por la multitud de casos de comportamiento irregular e enriquecimiento ilícito, sin que los responsables sean sancionados por la justicia o por lo menos dimitan de sus responsabilidades.
Indignación, desesperanza y temor son los tres ingredientes de una mezcla letal que desgasta la fábrica social. Y el desgaste afecta a toda la estructura institucional, desde la Casa Real a los municipios, pasando por el poder judicial y los partidos políticos. Es tremendo que las encuestas nos digan que el 95 % de los ciudadanos desconfían de los partidos políticos y de las instituciones democráticas. Y aunque sea tremendamente injusto generalizar y poner a todo el mundo en el mismo saco, son ya demasiados los casos que se conocen como para no justificar esa desconfianza. Y la democracia, como la moneda, es un sistema que se basa en la confianza. No puede funcionar si esta se pierde.
Los partidos políticos son una pieza clave de la democracia. Podemos criticarlos pero necesitamos alguna forma de canalizar la participación política que sea más eficiente que la asamblea permanente. Pero hay que reconocer que su funcionamiento es manifiestamente mejorable desde la misma exigencia constitucional de democracia interna y desde la asunción de responsabilidad de sus dirigentes. La cosa tiene remedio, se sabe cuáles son y habría que aplicarlos pronto. Por supuesto cambiando la Ley Electoral y acabando con el sistema de listas cerradas y bloqueadas que rompen la relación entre representante y elegido y dan todo el poder a las cúpulas de los partidos. Se ha dicho hasta la saciedad, hora es de corregirlo. Ninguno de los grandes países de nuestro entorno, Francia, Alemania, Reino Unido, lo tienen, por algo será. En un reciente artículo, Carme Chacón nos ilustra de cómo funcionan las cosas en Alemania, por ejemplo, donde los candidatos a diputado son elegidos en primarias (como en el Reino Unido) y los máximos dirigentes de los partidos se responsabilizan directamente de su gestión económica. No es posible seguir aceptando el alibi de que cuando se destapa la financiación ilegal ellos no saben nunca nada y la culpa es del tesorero de turno, que se come el marrón ya que nunca les contó ni ellos quisieron saber.
El sistema elección de los candidatos y la financiación de los partidos son claves para una democracia de calidad. Hasta hace bien poco se permitían en España las donaciones anónimas. Hemos descubierto varias veces que lo que no cubría el anonimato se ocultaba. Ahora el PSOE propone lisa y llanamente la prohibición de las donaciones de empresas a partidos, lo que me parece bien siempre que se pueda controlar lo que pasa por debajo de la alfombra. Y el control, o mejor dicho la falta de control, del Tribunal de Cuentas es inaceptablemente ineficiente. Todavía están por auditar las cuentas del 2008…
También se puede criticar la composición de ese Tribunal. En realidad, como dice el editor de estas páginas digitales, más que una separación de poderes tenemos una separación de funciones porque la composición de los distintos poderes y de sus órganos es decidida por la dirección de los partidos políticos con criterios que no siempre se ajustan a las exigencias del cargo.
La demanda de regeneración va mas allá de los partidos políticos. Afecta a la arquitectura institucional básica del Estado. Es lógico, cuando al mismo tiempo hay una crisis de comportamientos que afecta a la vez a la Zarzuela y a la Moncloa, es decir a la jefatura del Estado y a la del Gobierno. Y cuando en medio de la mayor crisis económica de la democracia parece como si los poderes públicos fueran impotentes para hacerle frente, las soluciones nos vienen dictadas de fuera y parecen ser las mismas gobierne quien gobierne, el sistema financiero no cumple su función y Europa ha dejado de ser la solución para pasar a ser el problema.
Hemos retrocedido a los niveles de renta disponible de hace 10 años, antes de la implantación del euro. Hemos perdido 10 años en términos agregados pero al pasar de una situación de “nuevos ricos” a la de “nuevos pobres”, la distribución de la renta ha empeorado porque los que ya eran ricos se han enriquecido más aun y los que seguían siendo pobres se han empobrecido más todavía. Las clases medias se están fundiendo y el temor al desclasamiento social les impide establecer alianzas políticas con los ya desclasados.
Un año de gobierno del PP, violando todas sus promesas (¿alguna vez se las creyeron?) ha significado un retroceso en las políticas que construyen el futuro y que afectan principalmente a los jóvenes y a las futuras generaciones, desde la educación al medio ambiente, las energías renovables y la investigación. Así hipotecamos nuestra competitividad futura para la que solo nos queda por lo visto el ajuste a la baja de los costes salariales. En estos temas bajamos en todos los ratings de la OCDE y subimos en los que miden la corrupción (somos el 30 país a escala mundial) y la desigualdad (somos el segundo país más desigual de la UE). Los más preparados se van y entre el fin del impulso inmigratorio, de las ayudas a la natalidad y del temor al futuro incierto tenemos asegurada una caída demográfica que hará más inseguras las pensiones de los jóvenes parados de hoy.
Ante este panorama no nos podemos permitir el colapso del sistema político-institucional minado por la desconfianza. Esos problemas no tienen solución sin buenas políticas. Y sin que se asuman responsabilidades políticas que son previas y diferentes a las administrativas y penales. Sabemos que los países que fracasan, o no despegan, es porque no tienen instituciones fuertes, transparentes y responsables. En este sentido, es lamentable que la comparecencia de Draghi en el Congreso sea a puerta cerrada.
La demanda de regeneración está justificada. Esperando que no sirva solo de arma en las batallas intrapartidistas.
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