#estefuertenoserinde
Javier Valenzuela
No nos rendimos, por supuesto.
Resistiremos mientras nos queden agua, víveres, municiones y energía.
Aún más, haremos alguna salida nocturna al campamento donde vivaquea el
enemigo. Es tan soberbio, está tan convencido de la inexorabilidad de
su victoria, que seguro que tiene la guardia baja. Golpearemos, le
haremos daño, acortaremos nuestra desventaja.
Y no
nos llamen numantinos. No tenemos vocación de mártires, ni aspiramos a
que se nos recuerde como a los defensores de Masada, esos perdedores
románticos.
La palabra claudicación, ciertamente, no existe en nuestro vocabulario; preferimos resistencia, aquella que termina conduciendo a la victoria. Como, por ejemplo, la Résistence, aquel
puñado de gabachos que, reunidos en un bistró, se conjuraron contra los
nazis en un momento en que casi todo el mundo decía que Hitler era
invencible. O como Stalingrado, donde los rusos le zurraron la badana al
tal Hitler. O como Berlín 1948, cuando los americanos le pararon los
pies a Stalin, que, entiéndannos bien, esto no va de politiquería.
O si lo prefieren, como la aldea gala de Astérix.
Somos periodistas. Ni borrachos pensamos que el periodismo ha muerto.
Mientras el ser humano tenga sed de historias reales que le hayan
ocurrido a otros seres humanos, y mientras exista gente dispuesta a
contarlas, el periodismo no morirá.
Sabemos lo que
pueden estar pensando: sí, hay empresarios y directivos que han izado la
bandera blanca. Proclaman la muerte del periodismo y se pavonean de su
propia conversión al mundo de las finanzas y el espectáculo. ¿Saben una
cosa? En realidad esos tipos eran Quinta Columna, jamás fueron de los
nuestros, jamás fueron periodistas.
#estefuertenoserinde
Nuestro hermano Lobo, Ramón Lobo, ha inventado este hashtag en Twitter. Alude al periodismo. Cuenta qué películas veíamos de niños y con qué espíritu atravesamos esta noche tormentosa.
Aquellas eran películas de casacas azules o legionarios franceses
asediados en sus fuertes por indios o beduinos muy superiores en número.
Sus contextos colonialistas resultan hoy políticamente incorrectos,
pero no era eso lo que despertaba nuestro entusiasmo infantil. Lo que
aplaudíamos, y lo que nos dejó huella, era contemplar la indestructible
fortaleza que supone un grupo de gente unida y resuelta que se niega a
capitular.
Así que por mucho que les fastidie a los
banqueros, los grandes empresarios y los políticos corruptos, defendemos
la posición canturreando el No surrender, de Bruce Springteen: "Hicimos una promesa que juramos recordar siempre: no hay retirada, cariño, no hay rendición".
Nada está escrito en las estrellas o en algún libro sagrado. Ni la derrota ni la victoria.
La derrota es impensable, la victoria es posible.
Nadie dice que sea fácil.
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