domingo, 13 de enero de 2013

Entre pillos anda el juego

Cabeza de ratón

Sin palabras

Moncho Alpuente - 13 ene 2013
María Isabel y Bartolomé, diputados del PP en la Asamblea de Madrid  jugaban a “Apalabrados” en sus pantallas mientras se debatía… Perdón no se debatía nada, mientras se aprobaba, la ley de Medidas Fiscales. Ellos ya estaban apalabrados, convocados y comprometidos para aprobar la ley que presentaban sus correligionarios en el poder y solo se les requería para ello, así que podían aprovechar su tiempo para instruirse y deleitarse y, llegado el momento, apretar el botón adecuado.
Si se despistaban alguno de sus compañeros de bancada votaría por ellos. “Apalabrados” es un juego de palabras cruzadas, secuela electrónica del “Scrable”, emparentada con los crucigramas que han rellenado toda la vida cientos de parlamentarios de todas las legislaturas, cataduras y nomenclaturas. Un juego didáctico para no dormirse durante tediosas jornadas, en las que ya se sabe lo que va a pasar y solo se trata de certificarlo. Los parlamentarios gubernamentales ya saben lo que van a exponer los suyos y no les interesa nada, salvo en contadas ocasiones, lo que puedan decir los otros, que seguramente no será nada bueno. Aunque hay casos en los que se les convoca para abuchear o vitorear al compás que marcan los respectivos jefes de claque.
Hubo un tiempo en el que me escandalizaba e indignaba cuando veía en alguna pantalla despistada la imagen de un parlamentario, generalmente de una formación minoritaria, hablando ante un hemiciclo vacío, o peor que vacío, poblado por corrillos discutidores que daban la espalda al infeliz orador. Despreciar así a un compañero de oficio, aparte de una ofensa a la dignidad, a los buenos modales y a un protocolo mínimo, es ofender también a los electores que votaron esa opción minoritaria y de paso a todos los ingenuos ciudadanos creyentes en la democracia y en sus buenas formas.
Según la última, o penúltima, encuesta del CIS la clase política ocupa ya el segundo lugar entre las principales preocupaciones de los españoles, después del paro. La férrea disciplina de voto, de la que incluso se jactan a veces los partidos, es una costumbre antidemocrática y probablemente anticonstitucional que despersonaliza a los diputados y favorece la imposición de los aparatos. La actividad parlamentaria es predecible casi al 100% como los resultados de las votaciones y un porcentaje mayoritario de los representantes del Congreso y el Senado funcionan como mera comparsería, figurantes de gala en una carísima representación que además suele ser aburridísima. Si yo fuera parlamentario (Ni dios lo permita que dijo Lola Flores cuando le preguntaron si hablaba inglés) a lo mejor también jugaría a “Apalabrados” o releería “En busca del tiempo perdido” de Proust (no les contaré como termina) durante las sesiones parlamentarias en las que no estuvieran presentes las cámaras de TVE, hay que mantener el tipo.
Tan mala suele ser la calidad de las funciones que se ofrecen en los diversos parlamentos que no cabrían ni en el “género chico” aunque, entre el coro suene de vez en cuando un chascarrillo del que hacer noticia y sangre si fuera preciso como aquel “Que se jodan” de la hija del cacique Fabra. Las indiscreciones de los micrófonos proporcionan de forma habitual, los mejores momentos de unas sesiones de oratoria insignificante y plúmbea a cargo de personajes mediocres. No es que no tengamos un Castelar es que tipos como él no cabrían en tan ramplones simulacros.
Lo de Andreíta Fabra me viene a la memoria cuando asisto a la reaparición de su marido que ha pasado de la empresa pública, que el privatizó como consejero de sanidad  de Madrid, a la empresa privada que favoreció con la operación. Juan José Güemes, conocido como “ Güemes el de los encantos”: “Creyendo que iba a ser elegido desplegué mis encantos” le dijo Juan José a la presidenta Aguirre, sorprendida por la elección de su consejero para la ejecutiva del PP cuando ella había recomendado a González y a Granados.
Los encantos de Juanjo sedujeron a la hija del cacique castellonense que medió para que su encantador yerno medrara en la empresa del PP, pero poco tiempo después Güemes mostraría su preferencia por la empresa privada que tanto le debe y donde no hay que andarse con elecciones y declaraciones, afrontando abucheos y enfrentamientos y  generando sospechas entre los suyos.
Nada más abandonar la cosa pública Güemes  fue elegido consejero de “Pocoyó”, la noticia no se comentó demasiado para no dañar el ego del seductor que sin mover el flequillo ya participa en 6 consejos de administración y acaba de ser fichado por sus laboratorios favoritos. Como recompensa por los servicios prestados, Güemes podría ayudar ahora a su suegro a privatizar el aeropuerto de Castellón y reconventirlo en Parque Temático de la corrupción nacional alrededor del hidrócefalo monumento al cacique.

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