TONTOS SOMOS TODOS
Por Lucía Etxebarria
“En nuestra sociedad narcisista ya no
hay límites a los deseos y por lo tanto no hay nada que desear. Todo parece
posible y da la impresión de que todo nos es debido. Hemos perdido el sentido
de lo prohibido y de la renuncia. Ese importante cambio ha afectado a la
psicopatología de los individuos, que jamás se han sentido tan decepcionados
y desencantados y que buscan desesperadamente la forma de
recuperar la autoestima.“ (El abuso de debilidad)
En “El abuso de debilidad” Marie France Hirigoyen
hace un muy interesante análisis de cómo una sociedad en la que predomina el
narcisismo, y en la que el narcisismo se alienta y se recompensa, es una
sociedad que se hunde.
Estamos hartos de leer en los medios de
comunicación historias de corrupción, fraude, estafas y mentiras a gran escala.
No solo los tóxicos prosperan socialmente, sino que ni siquiera necesitan
disimular sus fechorías. No van a la cárcel porque ya se han encargado de
sobornar a jueces y magistrados.
Los aspectos que caracterizan a los tóxicos
(encanto, mentiras, seducción, ausencia de escrúpulos, incapacidad de aceptar
la culpa, habilidad para proyectarla en otros) se han convertido en las
cualidades que se requieren para trepar en una empresa y/o en la política.
Lo único que importa es que no te pillen.
La manipulación se ha profesionalizado, ya hay
agencias y coachs que entrenan a los políticos para seducir y mentir a gran
escala. Saben pulir a su cliente para hacerle seductor, torcer los hechos
para presentarlos de una manera favorable, manipular noticias para culpar a
otros, practicar la desinformación, desacreditar a los rivales, amañar una red
de mentiras para hundir a un adversario…
La frontera entre mentira y realidad se ha
difuminado.
La corrupción y la estafa han dejado de ser la
excepción para pasar a ser la norma.
Vivimos en un país fracasado, tocado y hundido.
Un barco al que ha arrastrado al fondo una tripulación que no sabía pensar
en el bien común, en el que desde el capitán al grumete, pasando por
los marineros, han ido robando provisiones de la bodega y
vendiendo las cartas de navegación. Un país saqueado, carcomido por la
mentalidad colectiva de la corrupción, el engaño, el chanchullo, el
yo-y-mis-amigos… El nosotros contra ellos. El ” y tú más”.
Un país en el que en plena crisis se indulta
a los corruptos y a los que prevarican, y se contrata con sueldos millonarios a
los que han hundido un banco. Un país en el que se reflotan los bancos con
dinero público para que luego estos bancos se lo presten al Estado a un tipo de
interés alto. Un país lleno de aeropuertos sin aviones y estaciones sin
pasajeros. Punteado de delirios arquitectónicos que se fingían
edificios icónicos. Constelado de ciudades de las artes, ciudades de la
cultura, ciudades de la justicia, ciudades de la luz, ciudades de la
ciencia… de ciudades con las arcas arruinadas.
Nos gusta creer que los culpables de la crisis
son los políticos, que son corruptos irremediables. Y pensamos sin
remordimiento que las pequeñas corruptelas que vemos a nuestro alrededor
son minucias sin importancia…
Piense usted en quienes conoce.
La camarera de bar que está cobrando el paro
y trabaja en negro; la dependienta que se despidió del trabajo para cobrar
el paro e irse a hacer un viaje a Tailandia; la profesora de instituto que
fingió una baja por depresión y que se pasó un año viviendo alegremente del
Instituto Nacional de la Seguridad Social; la señora que, tras un accidente,
llevaba un collarín innecesario para fingir una lesión cervical que no
existe y cobrar del seguro y de la Seguridad Social; las agencias
inmobiliarias que cuando te iban a vender un piso te advertían de antemano
que una parte debía pagarse «en B» e incluso se permitían escribírtelo por mail,
sin miedo a que quedara constancia; la vecina que obtuvo una plaza
de guardería saltándose la lista de espera porque su cuñado trabaja en
la Consejería de Educación, la madre de la Campanario, la hermana de
Cospedal, el hermano de Guerra, el yerno de Fabra, el yerno del Rey…
A su alrededor, ustedes conocen miles de casos
como éstos.
Cuando nos ponen la realidad ante los
ojos no es tan fácil ya decir eso de que la culpa es de los políticos.
La corrupción integrada está en
nuestra cultura, y éste es un hecho innegable.
Seguro que han visto ustedes en telefilmes o
en películas americanas cómo si a un alumno de una high school
americana le pillan copiando en un examen o descubren que alguien le ha
hecho un trabajo, eso significa su inmediata expulsión y la extinción de
cualquier remota posibilidad de que ese alumno llegue algún día a la
universidad. En institutos y universidades españolas, copiar, sin embargo,
se considera lo normal. A nadie le expulsarían por eso.
¡Si a la propia madre de la princesa Letizia la
pillaron con una chuleta en un examen, y la señora no era una adolescente,
precisamente!
De la misma forma nadie se escandaliza aquí si su
hermano le enchufa en un trabajo, o si trabaja en una oficina en la que la
mitad de la plantilla es de la misma familia, sin que la empresa sea
familiar. Y por eso permitimos que el 20 por ciento de los nuevos altos
funcionarios del Estado sea familiar de otro alto funcionario.
Pero no podemos conformarnos con este argumento
de que la corrupción es un rasgo cultural.
Porque si decimos «vale, es así, no se puede
cambiar» y nos encogemos de brazos sería como admitir que la verdadera
democracia no tiene cabida y nunca la tendrá en nuestro país.
Lo que sucede es que el problema de la corrupción
es el de la pescadilla que se muerde la cola.
En un país corrupto impera la desconfianza
social, por lo tanto será cada vez más corrupto.
Si yo estoy convencido de que el dinero de mis
impuestos no va a revertir en el bien común, sino que va a ir a las
reformas del chalet de Fabra, o a la mansión donada de Cospedal, o al Ferrari
del hijo de Pujol, o a las cuentas suizas de Bárcenas, o a la indemnización de
Blesa, o al palacete de la Infanta o a las putas y la cocaína del concejal
andaluz de turno, lo normal es que intente defraudar ese dinero.
Para que se pierda en tonterías, mejor me lo
gasto yo.
De esa manera, los países
desarrollan culturas donde predomina la desconfianza social como
consecuencia de unos elevados niveles de corrupción, de forma que la corrupción
crea más corrupción. Si el de al lado lo hace, yo también. Peor aún: se
crea una admiración hacia la figura del corrupto. Si este señor ayer estaba de
camarero en una barra y hoy se pasea en Porsche con un Rolex en el brazo,
yo también quiero hacerlo, caiga quien caiga.
En esta crisis todos tenemos que asumir
nuestra parte de responsabilidad. Y por tanto tenemos que pensar que
podemos cambiar cosas.
Podemos recoger firmas, asociarnos,
manifestarnos, escribir cartas al director, organizar plataformas ciudadanas,
arriesgarnos a votar a partidos nuevos que, con toda seguridad, serán los
primeros interesados en cambiar la Ley Electoral, hablar con nuestros
hijos adolescentes y explicarles la situación, educarlos en la autonomía y
en la proactividad en lugar de en la sobreprotección, que es la tónica
educativa que impera en esta sociedad.
Podemos leer, informarnos, reclamar, observar la
realidad, no quedarnos parados ante los cambios, participar en la
nueva realidad, que no muerde, entrenarnos para detectar patrones
generales por encima de respuestas concretas, creer en la «dinámica de
síntesis» para escapar a la «parálisis del análisis», superar el miedo a fallar
y a cometer errores, poner en cuestión el statu quo, incluida nuestra
propia forma de ver las cosas hasta el momento, encontrar nuevas formas de
abordar los retos futuros, explorando nuevas vías y evitando las
respuestas fáciles a los problemas.
En una época como ésta, marcada por los cambios
acelerados, no podemos conducir mirando por el espejo retrovisor. Ni
confiar en salir adelante utilizando aquellas herramientas que han funcionado
en el pasado. Haciendo lo de siempre, conseguiremos lo de siempre. Por lo tanto
nos toca abandonar la rutina y proponernos hacer las cosas de manera
diferente. Primero, en el nivel individual. Después, en el nivel social.
Podemos deprimirnos por ello o tomárnoslo como un
reto.
Yo ya me he pasado varios meses deprimida,
así que ahora me toca cambiar.
Nos guste o no, el mundo está cambiando a toda
velocidad.
Y como decía Keynes:
La verdadera dificultad al cambiar el curso de
cualquier organización reside no en desarrollar nuevas ideas, sino en librarse
de las viejas.
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