Un país enfangado en chapapote
Rosa María Artal - 06/02/2013
El señor de los hilitos de plastina, aquel Mariano Rajoy, vicepresidente del gobierno de Aznar en 2002, a quién éste designó como coordinador de la crisis del Prestige, rige hoy los destinos de España y también parece repetir la historia conocida. Lo triste es que hubiera tan pocos que, a la vista de la trayectoria del personaje, no pensaran que algo así podía suceder. La marea negra de la inmundicia fluye sin cesar y siguen diciendo que son leves fugas controlables. Que todo es falso incluso. Que el tizne que nos pringa es una ilusión óptica.
Se afana el presidente y toda su cuadrilla en mensajes tan idénticos que ofenden la inteligencia de quien se precie como ser racional. Acuden prestos esos presuntos periodistas que se creen en la obligación de defender al patrón sembrando dudas. Igual no es petróleo grasiento, sino caviar fluido; igual es una nube de café y no un buque lleno hasta la bandera de alquitrán, negro como un profundo pozo sin fondo.
Una y otra vez la prensa libre se carga de evidencias. La internacional también que, menos implicada por emoción alguna, comenzó reproduciendo friamente el rosario de indicios. Para seguir con suma preocupación los sucesos de España. Una corrupción a la que no falta un detalle: robos al erario, sobres, tráfico de influencias, cuentas opacas, amnistía fiscal ad hoc, donaciones siempre interesadas, fiestas y regalos nada inocentes… Y negaciones, y el “y tú más”, y el focalizar el germen de la indignación ciudadana en un Rubalcaba que no sacaría a la calle ni a su familia, y la perenne distracción que oculte los hechos. Y el Parlamento como objeto decorativo al que el PP niega la capacidad siquiera de investigar qué hay de cierto.
Es posible –aunque poco probable- que alguno de los escándalos que nos hieren la dignidad de país, no se ajuste completamente a la realidad. Siendo muy condescendientes, entendemos que la duda razonable siempre es esclarecedora, pero es que el líquido viscoso no deja de fluir y por varias vías. Ya no damos abasto a recoger el vertido. Ya ni les sirve tapar los agujeros del barco hundido porque les mancha aún más.
En la marea revuelta, muy revuelta, contemplamos atónitos además cómo miembros de la misma tripulación hablan de regenerar la política, a ver si cuela volver a echar las redes y atrapar una buena pieza, esté como esté. Con el pecado original del tamayazo, ungida –al menos- de espías, Gürtel o Fundescam, alentando y apoyando la caverna mediática, considerando que la II República fue “uno de los períodos más nefastos de nuestra historia” –lo que jamás diría del franquismo y la larga dictadura- o que el 15M era un movimiento jacobino “germen de golpes de Estado”, Esperanza Aguirre ahora quiere presentarse como la impoluta salvadora. La que dimitió, la que declara –hoy- que hay que dar más poder a los ciudadanos y limpiar la suciedad de la política. Y no es la única. Personas con décadas de contribuir a este sistema sin objetar una palabra, se presentan también como una renovación inmaculada. Lo triste es que alguno las creerá, hay quien valora tan poco su cerebro…
¿Hilitos de plastilina ahora también? Un chapapote pegajoso tiñe las mareas y las costas de nuestro futuro, atenaza nuestros pasos, e infecta el cuerpo del Estado. “Nunca máis” dijimos. La impunidad política del vertido de fuel del Prestige no puede reproducirse de nuevo. La marea negra invade todo el país, el trozo de Europa que representamos. Si Merkel –apoyando a sus bancos- se lava vergonzosamente las manos, nosotros habremos de calzarnos las botas, coger las palas y los pozales y limpiar la mierda. Es añeja, hunde sus raíces en cinco siglos de arbitrariedad, despotismo y elusión de culpas. Es ahora o nunca. Nunca más.
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