Iñaki
La
Pluma Afilada
El día que veamos entrar en prisión,
con toda normalidad, al yerno del Rey, este país habrá entrado en la senda de
la regeneración. Mientras el gentil Iñaki, pasee su cuerpo alto y garrido por
la geografía nacional, con cara de pena y ademanes chulescos, lo nuestro tendrá
difícil arreglo. Porque a ver a quién le contamos aquello de que todos somos
iguales ante la ley y que aquellos que la hacen, la pagan.
Y lo peor es que, cada día que pasa
con el señorito Urdangarín por la calle, al amparo de lo que nos cuenta su
jovial abogado, es un día negativo más para los intereses de la Corona y hasta
para la propia supervivencia de la Monarquía en nuestro país.
Porque el escándalo que sacude los
cimientos del Palacio de la Zarzuela puede acabar convertido en un terremoto de
magnitud incalculable, que acabe por derribar el edificio paciente y tenazmente
levantado por personajes históricos dignos de todo respeto, como D. Juan de
Borbón y su heredero, el Rey D. Juan Carlos.
La Monarquía, es un axioma aceptado
por las personas con sentido común –sean o no sean partidarios de mantener el
modelo actual- tiene sentido únicamente si quienes encarnan la Corona o les
rodean (que además perciben emolumentos a costa del erario público), son
ejemplares para el resto de los ciudadanos. En caso contrario no parece que
haya razón alguna para mantener a costa de los impuestos del pueblo a una
familia especial, dotada de muchos privilegios y también, cómo no, de infinidad
de obligaciones.
Aquí nadie regala nada. Y desde
luego no hay por qué seguir obsequiando con una torre de marfil a quienes se
puedan empeñar en revolcarse en el estiércol de una pocilga.
Es verdad que el mismísimo Rey le
tuvo que mandar recados a su deportivo yerno en el sentido de que, trabajar
estaba muy bien, pero no así hacer negocios al amparo del real parentesco. Pero
no es menos cierto que desoídos los consejos, cabía esperar que le tirasen de
un papirotazo del pedestal al que se subió el susodicho, sin esperar a que un
juez tirase de la manta y le imputase por irregularidades impropias de un
familiar del soberano.
El Rey, que ve evaporarse día tras
día por causa de este escándalo las simpatías que llegó a amasar entre la
ciudadanía española, es responsable de no haber soltado a tiempo el lastre de
un yerno caradura y ambicioso, por más que sea el chico guapo que hace feliz a
la menor de sus hijas.
Y también, a cuenta de lo que se va
sabiendo, la Reina –tan profesional ella- tiene una notable culpa de lo que
vamos descubriendo, por no haber sabido anteponer el cariño de madre a lo que
de abuso tiene la actividad del matrimonio Urdangarín respecto a los sufridos
españoles.
Por tanto, son cada día más los
ciudadanos que esperan que hasta el Rey actúe de modo firme y deje sin
cualquier cobertura, incluso ficticia o inventada –como parece deducirse de las
últimas palabras del abogado de Iñaki- al que ha acabado por merecer jocosos
epítetos, como los de “duque de em Palma do”, “duque de Palma Arena”, e
innumerables chistes vejatorios.
No viene al caso contemplar la
hipótesis de una real renuncia o abdicación a favor del Príncipe de Asturias.
No porque el heredero no esté bien preparado, que lo está. Sino porque hacerlo
ahora sería obligarle a iniciar su reinado con la patata caliente del escándalo
protagonizado por su cuñado aún sin resolver.
Ahora bien, de este asunto, la
Monarquía entera y la Familia Real en pleno, deben extraer valiosas lecciones,
sino quieren que la presencia de los Reyes al frente de los destinos de España
sea, una vez más, un paréntesis. Y una de ellas es que, los padres tienen que
tener mayor control sobre las decisiones de sus vástagos, o en caso de que
estos no sean razonables y opten por matrimonios morganáticos y no
recomendables, deben alejarlos de aquellos puestos en los que se tiene derecho
a remuneración vitalicia por causa del parentesco.
Los príncipes e infantes no son, por
razones de su pertenencia a la realeza, ciudadanos comunes. Y por eso tienen
que someterse a ciertas normas muy estrictas o renunciar a cualquier privilegio
que les corresponda. Así ha sido y así debe seguir siendo. La Infanta Cristina
debió ella misma renunciar a seguir recibiendo fondos a costa de la Hacienda
pública al elegir a su apuesto galán como compañero para el resto de su vida.
No hacerlo, en conjunción con el desparpajo de Urdangarín, ha provocado un
gravísimo perjuicio a su padre, a su hermano y a la Monarquía. Y si no lo
entiende, no merece la condición de Infanta de España.
Pero ahora, lo que les corresponde a
ella y al “bello Iñaki” es hacer
pública renuncia a los mencionados privilegios, pasar a ser ciudadanos de a
pie, encarar lo que la ley estipula para los abusos y dejar de exhibirse
impúdicamente como ángeles desterrados del paraíso zarzuelero. Y entre otras
cosas, renunciar al título de Duques de Palma, que con tan poca elegancia y
buen criterio siguen ostentando para oprobio de los mallorquines que en estos
tiempos tantas veces les han mostrado su descontento.
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