"Me veo muy rojo y muy enfadado. Sin nada que perder"
DK - 07/02/2013
Jorge Verstrynge
recibe al personal de DK en su casa, que recuerda más al Barrio Latino
que a una vivienda madrileña. El salón, lleno de libros de bolsillo
desencuadernados de tanto leídos, huele a tabaco negro. Verstrynge
(Tánger, 1948), es profesor titular de Ciencia Política de la
Universidad Complutense de Madrid. Considerado, en su día, delfín
de Manuel Fraga, alcanzó la Secretaría General de AP (antecendente del
PP), antes de iniciar un largo camino, en sentido opuesto, en una
evidente soledad. Ahora es un rojo inteligente. Muy rojo. Y combativo.
Diario Kafka: Hablemos de tu trayectoria. ¿Has dado más o menos vueltas que Jon Juaristi, por ejemplo?
Jorge Verstrynge:
Yo soy hijo de la Segunda Guerra Mundial. Nací cuando la pistola con la
que se mató Hitler todavía humeaba. Los europeos que crecimos en las
colonias tuvimos un problema cuando llegamos a los diez o doce años: nos
enteramos de que el sitio en el que habíamos nacido era de otros, y eso
no nos lo habían explicado. Tánger y Rabat eran mi casa, hasta que
llegó un momento en que los árabes, con toda la razón, dijeron: usted ha
venido aquí y nos ha echado a punta de bayoneta, así que ahora, como
decía la famosa frase: o maleta o ataúd. O te largas o aquí te quedas,
pero bajo tierra. Así fue en Argelia, aunque no tanto en Marruecos. Mi
padrastro, que está ahí en la foto ( JV señala un cuadro en su salón),
junto al retrato de Robespierre, era comunista, mientras que mi padre
biológico había sido proalemán durante la Segunda Guerra Mundial. Eso te
crea una situación un poco esquizofrénica. Aún hay gente que me para
por la calle y me dice: si te hubieras esperado, habrías sido líder de
la derecha en lugar de Aznar. Y un día, Mercedes, mi mujer, le respondió
a uno: “No tiene usted ni idea, porque si mi marido hubiera sido
presidente del Gobierno con la derecha, habría nacionalizado la banca,
los seguros, la industria, las autopistas, las grandes superficies… y
por tanto, al cabo de tres meses, estaría muerto, porque le habrían
puesto una bomba”. Y es cierto. Fui un joven fascista hasta los
dieciocho años y vivía una situación de esquizofrenia que algún día
tenía que resolver. Los azares de la vida me hacen evolucionar desde el
fascismo, primero, hacia el nacional-comunismo, que nunca he abandonado,
que permanece. Siempre me ha encantado la idea de juntar comunismo y
nación. Luego aterricé en la derecha española y empiezo a escribir sus
discursos. El único artículo que me ha publicado El País,
el único, no lo firmaba yo: se lo escribí a Rafael Pérez Escolar. Y así
seguí evolucionando hacia planteamientos que en España no tenían más
remedio que ser parademocráticos, por así decir. De esta forma empezó mi
carrera política. Por azar, porque pasaba por un pasillo —nadie quería
ser Secretario General—, me señalaron y dijeron: pues ése. Me transformé
en Secretario General de Alianza Popular. Y tuve una vida un poco
esquizofrénica hasta que llegó un momento en que dije: esto es absurdo,
no puedes ser dos cosas a la vez. Entonces emprendí un viaje hacia la
izquierda muy curioso, porque en la autopista todo el mundo iba en
sentido inverso, de la izquierda a la derecha, y yo, como un kamikaze,
de la derecha a la izquierda. Me di más hostias que la puñeta, claro.
Recibí insultos, fui denigrado, me quedé solo…
DK: ¿Quién te trató peor en ese viaje, la derecha o la izquierda?
JV:
La izquierda me miraba con reticencia, pero luego entendí por qué: una
parte de esa izquierda ya no era de izquierdas. Un día tuve una
entrevista con el presidente de Madrid del PSOE y me preguntó: ¿Tú
quieres? ¿Quieres un cargo? Le dije que sólo eso me faltaba, que dijeran
que me había ido por un cargo. Habría podido hacer caso a Julio
Anguita, que me dijo: vente con nosotros, que no somos sectarios. Es que
no soy creyente, le respondí, porque para ser comunista hay que ser
creyente y a mí me habría encantado, pero no creo. No me hubiera
importado ser comunista, porque creo que es la idea más generosa que ha
parido la humanidad. Así que me quedé solo. Me acuerdo una vez que fui a
un congreso del PCE a ayudar a Paco Frutos y nos hicieron una foto.
Hubo gente que protestó y le dijo a Paco: ¿Pero cómo te has dejado
fotografiar al lado de esto? Ahora la cosa es distinta, pero he de decir
que nunca Mundo Obrero ha citado uno de mis
libros. Tampoco pasa nada. Mi relación con los comunistas era curiosa.
Por un lado, había desconfianza. Por otro lado, en cambio, se decían:
éste en el fondo es de los nuestros, porque su padre era comunista…
DK: O sea, que además de una cuestión de fe, se conoce que es hereditario…
JV:
Sí, algo así. Pasar del nacional-comunismo al comunismo no es difícil.
Basta con no pronunciarse sobre esa estupidez que dice que el mundo del
trabajo es universal y no conoce patrias. Pero es al revés: el capital
nunca ha tenido ninguna patria. Si el mundo del trabajo hubiera
reconocido que tiene patria, quizá nos hubiera ido de forma diferente.
DK: ¿Tú eres un gaullista social, un gaullista de izquierdas, un jacobino gaullista?
JV: Hombre, yo soy jacobino porque soy medio francés.
DK: Pero podrías ser francés y no jacobino.
JV:
Ni hablar. Un francés como Dios manda es jacobino. Eso está claro,
hasta ahí podíamos llegar. Mi relación con De Gaulle es compleja. A los
diecisiete años yo odiaba a De Gaulle, “ la grande zorra”,
esa gran puta que vendió Argelia a los argelinos, etc. Luego te das
cuenta de que el viejo tenía razón. Hay que devolver Argelia a los
argelinos porque era suyo, tierra de ellos. Había que hacer de Francia
algo que no fuera una potencia colonial al estilo antiguo, algo
distinto. ¿Por qué echo tanto de menos a De Gaulle? Porque es uno de
esos personajes que llegan una vez cada cien años y ahora no hay un De
Gaulle. Un gaullismo de izquierdas, sí. Aunque
creo que el gran error de De Gaulle, al final de su vida, fue no ponerse
al frente de Mayo del 68. Para un tío que era rupturista hubiera sido
lo lógico. Fue rupturista con el ejército de su tiempo, odiaba a la
burguesía, a la clase alta francesa y también a la clase media, de los
que decía: son como bueyes, no se mueven. Un tío así, sin embargo,
estuvo al otro lado de la barrera en 1968 y se equivocó. Pero De Gaulle
es grande. De Gaulle, c’est la France.
DK: Y de De Gaulle pasemos a alguien que tú has conocido muy bien: Manuel Fraga.
JV:
Yo pensé de verdad que Fraga era De Gaulle en España. Luego comprobé
que no. Fraga hubiera sido con respecto a De Gaulle como Napoleón III en
relación a Napoleón Bonaparte. Fraga tenía un lado jacobino y un lado
social que el PP de hoy no tiene. Fraga estaba más a la izquierda que el
PP de hoy, para qué nos vamos a engañar. Pero le faltaba la estatura de
De Gaulle. A Fraga le encantaba el poder, como a De Gaulle, pero más un
poder personal que un poder por España. De Gaulle trascendía la
aspiración personal por el poder; Fraga no.
DK: ¿Y Aznar?
JV:
Aznar fue un buen ayudante mío, era un tipo trabajador, inteligente,
constante. Nos separaba que él pertenecía a una familia española de
abolengo, una familia que siempre había estado cerca del poder, y yo no.
Yo venía de una familia de mindundis
colonialistas; o no colonialista, como mi padrastro. He de decir que,
cuando fue ayudante mío, nunca conspiró, nunca metió la pinza… ni la
mano. Lo que no había forma de saber era qué pensaba Aznar, porque era
un tío muy callado. Hasta años después no supe que su libro de cabecera
eran las Obras completas de José Antonio Primo de Rivera. Aunque luego amplió estudios: Margaret Thatcher, Reaganomics
y estas cosas. Conmigo no fue un mal tío. De hecho, cuando yo me fui,
mientras todo el mundo gritaba “¡Bingo! ¡Corre el escalafón!”, Aznar fue
el único que vino a verme y se tiró tres cuartos de hora intentando
convencerme de que no me fuera. Ante eso, me quito el sombrero, porque
habría podido haber aplaudido como los demás, al ver que corría el
escalafón. De hecho, luego él mismo subió en el escalafón, pero no me
empujó a irme para ponerse él, sino al contrario, intentó que me
quedara.
DK: De Aznar a Rajoy.
JV:
A Rajoy le conocí cuando era presidente del partido en Pontevedra. Un
chico de buena familia, en el sentido clásico de la palabra. Era un
personaje educado y correcto, que chocaba constantemente con Fraga, que
era un animal. Fraga odiaba a Rajoy y Rajoy despreciaba olímpicamente a
Fraga. Tampoco tengo ninguna queja de Rajoy. Pertenecía a la derecha
clásica gallega, pero no diré que fuera como Álvarez Cascos, un señorito
de Gijón, porque Rajoy tenía más sentido de la medida y más elegancia
social, vamos a decirlo así. Ahora bien, ¿qué es lo que piensa Rajoy?
Nunca lo he sabido. Tampoco es importante. Rajoy cumple con su papel, se
hace con el poder en la derecha, se hace con el poder en el Gobierno de
rebote. No era un personaje destinado a ser un líder.
DK: ¿Y los banqueros? Cuéntanos tu visión de los banqueros que mandan en España.
JV:
Los banqueros que mandan en España son reflejo de la derecha española,
que es la derecha más reaccionaria que yo he conocido en Europa.
Solamente la sobrepasa la derecha venezolana, que ya es de vomitona.
Mirad estos dos platos que hay en la mesa ( señala dos grandes recipientes de barro, uno más pequeño que el otro).
Este plato grande es para vomitar ante la derecha venezolana y éste, un
poco más pequeño, ante la derecha española. La derecha financiera
española es abyecta, abyecta. Con una excepción: Rafael Termes, con
quien tuve una relación cordial. Y los hermanos Valls. El resto de los
financieros y de la banca española era de vómito. Iban a la ley del
chollo, creían que había que saltar de inmediato sobre cualquier duro
que pasara, aunque a largo plazo no fuera rentable. No tenían la menor
visión de futuro del país o del interés general. El país les importa en
la medida en que el país les reporta, pero ellos no son del país. Son
tíos sin patria.
DK: ¿Y un centauro de financiero y político como Rodrigo Rato?
JV:
Rato es un niño mimado de una familia que lo que ha tocado lo ha
hundido, astilleros, Trinaranjus, FMI… Los del FMI bailaban de alegría
cuando Rato se fue, porque decían que jamás habían visto un director tan
absolutamente vago y tan absolutamente inútil. Rodrigo Rato es el
subproducto político de una derecha económica que, a su vez, es un
subproducto de baja categoría de la derecha europea. No dan el nivel.
DK: ¿La derecha es más de derechas ahora que en tus tiempos?
JV: Sin duda. En el bachillerato a mí me dieron a leer un libro que se llamaba La función social de la propiedad.
Aquí, de eso, nada. Aquí la derecha viene ejemplificada por el apellido
del dueño del Santander: Botín. La derecha que hay hoy, comparada con
la de la época de Fraga, tiene un planteamiento más de derechas, más
descarnado, menos patriótico, más cutre.
DK: ¿Y la izquierda?
JV:
El problema de la izquierda es que en un momento determinado descubre
las virtudes del mercado y al mismo tiempo las virtudes de la
corrupción. Por eso en mi último libro, Viva la desobediencia,
la palabra izquierda va entre comillas. La evolución del PSOE fue hacia
la aceptación del liberalismo y del mercado. Una frase que dijo Felipe
González lo resume todo: “Los que protestan son los que han quedado
orillados por la mundialización”. Ah, cojonudo, pero yo pensé que
precisamente ésa era la gente a la que tú tenías que defender. Pues por
lo visto no. Me acuerdo un día que le llevé a Alfonso Guerra un libro y
me dice que le gusta, que las medidas que propone son muy buenas. “Pues
aplicadlas”, le digo yo. “Uuuuuy, imposible”, me responde. “¿Por qué?”
“Porque Felipe ya está muy lejos de esto”, me dice. Y añade: “Mira,
Jorge, desengáñate, no existe nadie en España ya al que un buen talón no
pueda comprar”. Eso me dijo, así que apaga y vámonos. La izquierda
socialista se ha vendido. Es lo que me decía mi padrastro: solamente una
vez pude votar comunista, todas las otras tuve que votar
social-traidores. La izquierda-caviar, la izquierda de El País,
ha abjurado de su clase social. De ahí que les guste tanto
la inmigración: es tan cómodo tener una tata peruana que le limpie el
culito a la abuela a la que tú no se lo quieres limpiar. Y eso se lo
plantean como si fuera ser progresista. Pues no, perdona, están llevando
a cabo una guerra contra su propio pueblo al que han abandonado frente
al capital.
DK: ¿Qué separa al PSOE del PP entonces?
JV:
Nada. El PP ahora está aplicando la política que inauguró el PSOE. Está
pisando el acelerador porque tiene mayoría absoluta. Lo está pisando
tanto que corre el riesgo de descarrilar, pero la política es la misma
que aplicó Zapatero al final de su mandato. Al principio aplicó otras:
políticas sociales, matrimonio homosexual y esas cosas. No digo que no
sean importantes, pero son colaterales en relación con la lucha de
clases que se está llevando a cabo entre ricos y pobres y donde los
pobres, evidentemente, están siendo machacados. Mira, una vez le dije al
ministro José Blanco: algo habrá que hacer con el tema de las
hipotecas. Esto fue hace cuatro años. Le dije que podíamos acogernos
constitucionalmente a medidas de excepción considerando que estábamos en
estado de emergencia económica. Unos alumnos míos habían preparado unas
propuestas: que el Banco Central Europeo, el Gobierno de España y el
Banco de España decretaran una situación de excepción económica y,
mientras durase, se suspendiera el pago de las hipotecas. Blanco se me
queda mirando y me dice: “¿Y quién paga a los bancos?” Y le digo:
“Joder, pero si los bancos han estado ganando una pasta considerable
todos estos años”. “Ya, ya”, me dice, “pero ¿quién paga a los bancos?”
En ese momento a Blanco no le preocupó quién realoja a la gente
desahuciada, sino quién paga a los bancos.
DK: Y quizá también quién paga a los partidos políticos, si los bancos no cobran…
JV: No creo que se trate de eso: es por convicción.
DK: Eso es todavía más triste.
JV:
Claro, es que han asimilado el mantra: el mercado es lo que funciona.
Los bancos son el motor del crecimiento, etc. No es verdad: el motor es
la gente que trabaja, la que crea plusvalía. Los bancos no crean
plusvalía, sino que se adueñan de ella. Desde la guerra contra Serbia yo
ya sabía que el PSOE había cambiado de bando, pero en esa conversación
me di cuenta de que estaba todo perdido. El problema es que los
socialistas en España han mutado mentalmente. Se han pasado al sistema.
DK: ¿Y por qué entonces, si el PP y el PSOE están tan cerca, Izquierda Unida no tiene más hueco electoral?
JV:
Porque arrastra el lastre del fracaso del comunismo; bueno, de lo que
se llamaba comunismo. El derrumbe de la URSS repercute sobre los
comunistas, por mucho que aquello no fuera comunismo. Durante mucho
tiempo la izquierda de verdad, los comunistas, van a seguir pagando esa
factura. Cuando los jóvenes ya no tengan esas referencias de Hungría,
Checoslovaquia, etc., los comunistas les parecerán más acogedores. A
pesar de todo echo de menos en los comunistas actuales un planteamiento
más populista. Yo me considero en gran parte populista. Ser populista no
es ser demagogo. Creo en un populismo de izquierdas. Por eso me gusta
Chávez. Por eso me gusta en cierta forma De Gaulle. El populismo es una
revolución drástica. Tú puedes suprimir la propiedad privada de los
medios de producción, pero al final eso es reversible. En cambio,
entregarle el poder al pueblo, acierte o se confunda, es distinto,
porque puede ocurrir que el pueblo no renuncie jamás al poder. Por eso
una revolución populista da tanto miedo al poder. Por eso asusta tanto
Chávez.
DK: Basta con ver el tratamiento informativo que le da El País.
JV:
Eso ha sido vergonzoso, ha sido abyecto. Yo me quedé petrificado cuando
dieron el golpe de Estado contra Chávez y Trinidad Jiménez dijo por la
tele: Ya está volviendo la democracia a Venezuela. Ahí estaban juntos el
PSOE y Aznar contra Chávez.
DK: Bueno, cambiemos de tema. Tú, sobres, ¿no viste nunca en el partido?
JV:
No había sobres entonces. Por dos razones. Primero, Fraga no era un tío
de sobres y yo menos. Yo me creía lo que hacía. Y segundo, el partido
era tan pobre que no había sobres para nadie. Entonces nos lo creíamos.
Ahora no. El problema de la Transición es que nos la vendieron como un
punto de partida y realmente era un punto de llegada. Un “esto es lo que
hay” con una Constitución que pegaba un cerrojazo. Pensábamos que
íbamos hacia otra cosa, pero ese era el límite.
DK: ¿Esto de los sobres tiene que ver con la falta de desarrollo de una ley de financiación de los partidos?
JV:
No lo creo. Siempre ha habido dinero negro en los partidos y siempre lo
habrá. Además, ahora el dinero se ha colocado por encima de las
personas. Tanto tienes, tanto vales. Es una corrupción generalizada de
las mentes.
DK: Si es así, ¿por
qué además necesitan el prestigio de la cultura? ¿Por qué Zapatero se
empecina en leer a Borges y Aznar reivindica a Azaña?
JV:
Porque en el fondo sabemos que esto no debería ser así. La derecha
española no es culta. Yo, por ejemplo, que procedo del neofascismo
francés, en España encontré el desierto intelectual absoluto. La extrema
derecha francesa tenía su Céline, su Drieu La Rochelle, su Montherlant.
Aquí no se leía más que a Unamuno y a Ortega, pero a Ortega con
cuidado. En España, además, no hubo fascismo, de entrada porque el
fascismo es laico, es un movimiento de clase media y es un movimiento
antimilitar.
DK: Sobre todo en la medida en que el ejército es una aristocracia, como en Alemania.
JV: Y una aristocracia de extrema derecha además. Por eso me hacen tanta gracia películas como Operación Walkiria,
que en realidad fue un golpe de extrema derecha contra el fascismo.
Caen simpáticos porque se enfrentaban al nazismo, pero que no nos
cuenten que estaban comprometidos con la democracia. Más comprometido
con la democracia estuvo Stalin que la operación Walkiria o que el
desembarco de Normandía, porque si no hubiese sido por los rusos, en
estos momentos hablaríamos en alemán. La Segunda Guerra Mundial la
ganaron los rusos, no los occidentales. Fíjate, cada vez me fascina más
la figura de Stalin. No era un niño de teta, pero ¿quién lo era en
aquella época? Y frente a Hitler, si eras un niño de teta, no tenías
nada que hacer.
DK: ¿En tu
época, el plan de estudios de los jóvenes de la derecha incluía un viaje
fin de curso para llevar maletines con dinero para los anticastristas,
como ahora?
JV:
Qué va, en mi época se creía en la no injerencia en asuntos internos de
otros países. Esto ha sido sustituido por la ideología de los derechos
humanos. En principio está muy bien. Pero, mira, mis antepasados
conquistaron medio mundo con los mejores propósitos, pero de paso lo
esquilmaron. Hitler entra en los Sudetes para liberar a las minorías. Y
así todo. Y ahora igual: proclamamos la democracia a cañonazos. Es la
política de injerencia humanitaria. Así bombardeamos Irak o Yugoslavia.
DK: ¿Y qué piensa de Cuba?
JV: Una pena. Yo he estado en Cuba y se me ha caído el alma a los pies.
DK: ¿Y qué lees de literatura española contemporánea?
JV: ¿Yo? Nada. Yo literariamente soy francés.
DK: ¿Qué futuro le ves tú a España?
JV: Hombre, yo espero que en España haya una rebelión. ( Ante nuestro silencio estupefacto, insiste).
Tiene que haber una rebelión en España, si no, no es posible. La
revolución no surgirá de España, que es un país periférico, surgirá de
Francia, Alemania… Rusia, pero aquí tiene que haber una rebelión. En
algún momento habrá que dar un zapatazo. Porque el poder manda sólo
porque se le consiente. En algún momento habrá un movimiento ciudadano,
porque tal y como estamos, con una clase política desprestigiada y
corrompida hasta la médula, con una monarquía que le salen los gusanos
de la corrupción que tiene… Yo confío en que el pueblo español va a
reaccionar.
( Suena de pronto a todo
volumen La Marsellesa: es el sonido de llamada del móvil de Jorge
Verstrynge. Cuando vuelve cambiamos de tema).
DK: ¿Qué piensas de internet?
JV: Huy, qué mala pregunta. Tengo un blog hackeado.
Me quitaron las claves, las cambiaron y ahora hay un blog mío donde
aparecen las mayores barbaridades. También han usurpado mi personalidad
en Twitter. Fuimos a la policía. Lo hemos
denunciado todo y estamos intentando impedirlo, pero es complicado. Así
que mejor dejemos lo de internet. Total, a mi edad, ya no voy a usarlo,
se lo dejamos a los jóvenes. Pero, cuidado, no le des una clave nunca a
nadie. ¡Ni a tu mujer!
DK: Uno de tus libros se titula Memorias de un maldito. ¿Sigues considerándote un maldito?
JV: No, ya no. Yo me veo a mí mismo muy rojo y muy enfadado. Y sin nada que perder.
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