Quien en
verdad sobra es él
La Pluma
Afilada
Hace
bastante tiempo que, quien esto suscribe, estima que España carece de
verdaderos hombres de negocios. En cambio abundan los negociantes, que es una
variedad más cutre y rijosa de los primeros. A esa carencia cabe atribuir en
una buena medida, la mala situación de la economía nacional e incluso la
corrupción rampante.
La casta de
los adinerados sólo sabe engordar la cuenta a base de exprimir el jugo de los
trabajadores, sean o no cualificados, engañar a la hacienda pública valiéndose
mil subterfugios, y recurrir a las trampas para que les vaya mejor, sobre todo
a la de pagar mordidas y hacer regalías a quienes pueden facilitarles las
cosas.
Son ellos,
con pocas excepciones, el germen de la corrupción, puesto que es verdad que ésta
precisa de alguien dispuesto a corromperse, pero no es menos necesaria la
figura del corruptor.
Pues bien,
desde que la codicia de unos empresarios provocó el manoseado escándalo de las “sub prime” e hizo tambalearse el
edificio del capitalismo corrompido y corruptor, los culpables del desaguisado
en vez de pedir disculpas y cesar en sus sucias prácticas, han pasado a la
ofensiva al amparo de unos poderes políticos cómplices de sus maniobras.
Y esos
políticos y corruptores se han aprovechado de la situación para arrasar el
edificio de los derechos sociales, fruto de décadas de sacrificio y lucha de
los más humildes, exigiendo unas leyes que equivalen a poner de rodillas y con
las manos en la nuca a la clase trabajadora, auténtico motor de cualquier
recuperación. Sin fuerza laboral, sus fábricas no valen nada.
Su
estrategia, si en principio fue sibilina, ahora se hace descarada y egoísta
(ésta que vivimos es la crisis de la codicia), y la mejor prueba de ello son
las exigencias de despidos más baratos, de condiciones más leoninas y de mayor
facilidad para abusar amparados por injustas leyes.
En otro
tiempo histórico, seguramente ya habríamos asistido a un estallido social
violento, que parece ser el único lenguaje que parece entender esta casta
cargada de millones –por lo general alejados del país en paraísos fiscales- y
la única razón capaz de hacerle razonar. Y si se empeñan en tensar la cuerda
hasta el grado de ruptura, no hay que descartar que llegue el momento en que un
o unos desesperados se echen al monte.
Aún frescas
las palabras de un presidente de los negociantes españoles, como fue el caso
del ahora encarcelado Díaz Ferrán, cuando reclamaba que la fuerza laboral
española cobrase menos y trabajase más (mientras él, sin gran esfuerzo, se
llevaba calentita la pasta lejos del control del fisco), llega ahora su sucesor
para denunciar a la función pública y considerar que sobran varios cientos de
miles de funcionarios.
Este
ardiente valedor de los “mini jobs” –también
merecedores del nombre de contratos basura-, se olvida de que funcionarios son
los profesores que educan a nuestros jóvenes, los médicos que sanan a los
enfermos, los policías que nos dan seguridad, los militares que se encargan de
la defensa y claro, también, quienes en las oficinas de todo tipo constituyen
la materia que engrasa el funcionamiento del Estado.
Dice este
individuo (difícil de calificar, aunque a la memoria vienen una serie de
epítetos malsonantes que la irían al pelo), a propósito del supuesto exceso de
funcionarios públicos, que
preferiría que estuviesen en su casa cobrando un subsidio que en sus puestos
sin nada que hacer gastando bolígrafos y teléfono. Y por ello concluye en que
habría que eliminar a un elevado número de ellos.
Y claro, leyendo estas opiniones
memas y malignas, a uno le da en pensar que en este país no es que sobren funcionarios,
ni trabajadores, ni inmigrantes, ni nada de eso. Lo que en verdad sobran es
personajes como el tal Juan Rosell, Gerardo Díaz Ferrán y tantos otros que
enarbolan la insensibilidad como bandera, la insolidaridad como estandarte y la
mentecatez como discurso.
O sea, lo que sobran es negociantes
de tres al cuarto, porque en cambio faltan emprendedores auténticos y hombres
de negocio solventes, que sean capaces de crear economía, pero no a cambio de
dejar en la cuneta del paro a millones de trabajadores, ya sean públicos o
privados.
Son quienes pertenecen a esta casta
estéril de zánganos quienes no entienden que la única manera de ser alguien en
el mundo de los negocios, exige tratar decentemente y ser justos con sus trabajadores;
estimular su formación para que se igualen a lo mejor de lo mejor. En vez de
empeñarse en copiar los malos usos de modelos semi esclavistas y corruptos como
el chino.
No tenemos que competir con los fabricantes
del todo a cien, sino con aquellas naciones que invierten para que de sus
cadenas de producción salga lo mejor de lo mejor, aunque ello implique ganar
algo menos de dinero, o hacerlo más lentamente. Y eso requiere igualmente, una
función social eficaz y capaz, que valore la probidad, más que la baratura; la
experiencia, más que el miedo a llevar la contraria.
El Sr. Rosell y sus colegas deberían
aprender que las sociedades más avanzadas en términos de producción y
generación de riqueza, son las que invierten en tener los mejores profesionales
y les remunera en lo que de verdad valen. En vez de cicatear para sacar tajada
y luego sacar maletas de billetes por la frontera. Porque eso sí, estos
individuos tan patriotas se llevan la pasta a cualquier sitio donde les den
coba, en vez de emplearlo en ayudar a su país.
Aunque los negociantes españoles no
lo entiendan, no hay más secreto. Y si siguen abusando, antes o después
excitarán la ira de los menos afortunados que volverán la mirada hacia ellos.
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