Alemania abocada al abismo de la desigualdad social
Ignasi Camós Victoria
Transcurridos 10 años de la puesta en marcha de las
primeras reformas del mercado de trabajo en Alemania (reformas Hartz),
el balance que de éstas puede hacerse es muy crítico. Si bien el
conjunto de medidas flexibilizadoras ha frenado, considerablemente, el
riesgo de crecimiento del desempleo en Alemania, mediante el fomento de
la reducción del tiempo de trabajo compensándolo con formación ( kurzarbeit)
o a través de los mini-jobs, la realidad es que estas medidas han dado
lugar a un deterioro considerable de las condiciones de trabajo. Quiénes
son partícipes de las mismas se ven obligados a aceptarlas frente al
riesgo de verse desplazados temporalmente del mercado de trabajo o
excluidos del mismo dando como resultado un incremento considerable de
las desigualdades sociales, especialmente, en términos de desigualdad de
los ingresos laborales y por tanto con un riesgo más que evidente de
fractura social.
El problema de segmentación del
mercado de trabajo ya existente en muchos países Europeos como es el
caso de España, es también ya un problema de primer orden en el caso de
Alemania. La brecha existente entre trabajadores con contratos regulares
y trabajadores con empleos precarios está incrementándose
aceleradamente como consecuencia de la política flexibilizadora del
mercado de trabajo alemán. La cifra de trabajadores alemanes con
salarios bajos (muy por debajo de 9,15 euros/hora.) es cercana al 25%,
especialmente en el sector servicios.
El
desequilibrio entre flexibilidad y seguridad en el marco de las reformas
acometidas en Alemania en aras de la modernización del mercado de
trabajo durante estos últimos años al amparo de las reformas Hartz es
evidente. No sólo porque los mini-jobs se caracterizan por el pago
voluntario de las aportaciones del trabajador al sistema de pensiones y
por tanto dificultan el acceso a las mismas a estos trabajadores, sino
también porque no garantizan la transición efectiva a un trabajo
regular. Según un informe elaborado por la Fundación Bertelsmann en el
año 2010 sobre el empleo atípico y la mano de obra barata, en
comparación con otros países Alemania presenta una de las tasas más
bajas de transformación de empleo precario (como los miniempleos) en
empleo regular.
La realidad del mercado de trabajo
alemán dista mucho de ser un referente en el que fijarse. La fortaleza
de su modelo se sustenta, en gran parte, por un uso racional que se hace
de la flexiblidad interna negociada como alternativa (más racional) al
despido. Lo que ha permito salvar una cifra cercana a los tres millones
de empleos desde que estallará la crisis internacional, pero es un
modelo abocado al abismo de la desigualdad social, y de la pobreza de un
porcentaje nada desdeñable de la población asalariada en contraste con
la política cada vez más publicitada de captación extranjera de
trabajadores cualificados.
Alemania avanza hacia un
modelo de sociedad caracterizado por el incremento de las desigualdades
sociales, eso sí, en un país más rico y próspero en términos de
crecimiento y de valores macroeconómicos que es y continuará siendo el
motor europeo.
No obstante, cada vez va a ser mayor
el porcentaje de población que va a requerir de una amplia red de
asistencia social capaz de dar salida a sus necesidades. Este colectivo
subsiste hoy a través de instrumentos de precariedad institucionalizada
como son, en la gran mayoría de casos, los mni-jobs.
Así, en contraste con lo expuesto en relación al presente y futuro de la
realidad social alemana, el último paquete de reformas Hartz incluía
medidas drásticas sobre las prestaciones de desempleo. No sólo en
términos de reducción de las mismas y de fijación de condiciones más
rígidas de acceso, sino también la fusión, muy controvertida, de los
subsidios para desempleados de larga duración con ayudas sociales para
personas sin ingresos, y la fijación del controvertido mínimo vital o
renta mínima incondicional Das bedingungslose Grundeinkommen (BGE).
El incremento de la población asalariada cada vez más precarizada va,
por tanto, paradójicamente acompañado de un desmantelamiento de los
sistemas públicos de cobertura del desempleo y de ajuste de la
asistencia social a los parados de larga duración.
En
Alemania debe reabrirse el debate sobre el alcance y significado de la
idea de renta mínima incondicional, idea que ha ido recobrando impulso
como consecuencia de un empeoramiento de las desigualdades sociales.
La apuesta por un modelo de relaciones laborales más flexible pero
menos seguro que garantiza el crecimiento y la mejora de la
productividad, pero comporta un enorme sacrificio,en términos de coste
social y de incremento de las desigualdades debe tener, muy en cuenta,
el efecto de estabilizador social que la renta social mínima
incondicionada genera. O apostar por un modelo (más clásico) basado en
la cobertura de las necesidades de asistencia social que compense, en
parte, las desigualdades que el mercado de trabajo acarrea para una
parte importante de la sociedad y que los poderes públicos toleran e
incluso estimulan. En cualquier caso, la tentación (siempre latente) por
el desmantelamiento del sistema de protección social ya sea
contributivo o asistencial, abocaría a Alemania a un riesgo más que
evidente de fractura social.
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