viernes, 8 de febrero de 2013

La Opinión de La Pluma



            Quien en verdad sobra es él

            La Pluma Afilada
            Hace bastante tiempo que, quien esto suscribe, estima que España carece de verdaderos hombres de negocios. En cambio abundan los negociantes, que es una variedad más cutre y rijosa de los primeros. A esa carencia cabe atribuir en una buena medida, la mala situación de la economía nacional e incluso la corrupción rampante.
            La casta de los adinerados sólo sabe engordar la cuenta a base de exprimir el jugo de los trabajadores, sean o no cualificados, engañar a la hacienda pública valiéndose mil subterfugios, y recurrir a las trampas para que les vaya mejor, sobre todo a la de pagar mordidas y hacer regalías a quienes pueden facilitarles las cosas.
            Son ellos, con pocas excepciones, el germen de la corrupción, puesto que es verdad que ésta precisa de alguien dispuesto a corromperse, pero no es menos necesaria la figura del corruptor.
            Pues bien, desde que la codicia de unos empresarios provocó el manoseado escándalo de las “sub prime” e hizo tambalearse el edificio del capitalismo corrompido y corruptor, los culpables del desaguisado en vez de pedir disculpas y cesar en sus sucias prácticas, han pasado a la ofensiva al amparo de unos poderes políticos cómplices de sus maniobras.
            Y esos políticos y corruptores se han aprovechado de la situación para arrasar el edificio de los derechos sociales, fruto de décadas de sacrificio y lucha de los más humildes, exigiendo unas leyes que equivalen a poner de rodillas y con las manos en la nuca a la clase trabajadora, auténtico motor de cualquier recuperación. Sin fuerza laboral, sus fábricas no valen nada.
            Su estrategia, si en principio fue sibilina, ahora se hace descarada y egoísta (ésta que vivimos es la crisis de la codicia), y la mejor prueba de ello son las exigencias de despidos más baratos, de condiciones más leoninas y de mayor facilidad para abusar amparados por injustas leyes.
            En otro tiempo histórico, seguramente ya habríamos asistido a un estallido social violento, que parece ser el único lenguaje que parece entender esta casta cargada de millones –por lo general alejados del país en paraísos fiscales- y la única razón capaz de hacerle razonar. Y si se empeñan en tensar la cuerda hasta el grado de ruptura, no hay que descartar que llegue el momento en que un o unos desesperados se echen al monte.
            Aún frescas las palabras de un presidente de los negociantes españoles, como fue el caso del ahora encarcelado Díaz Ferrán, cuando reclamaba que la fuerza laboral española cobrase menos y trabajase más (mientras él, sin gran esfuerzo, se llevaba calentita la pasta lejos del control del fisco), llega ahora su sucesor para denunciar a la función pública y considerar que sobran varios cientos de miles de funcionarios.
            Este ardiente valedor de los “mini jobs” –también merecedores del nombre de contratos basura-, se olvida de que funcionarios son los profesores que educan a nuestros jóvenes, los médicos que sanan a los enfermos, los policías que nos dan seguridad, los militares que se encargan de la defensa y claro, también, quienes en las oficinas de todo tipo constituyen la materia que engrasa el funcionamiento del Estado.
            Dice este individuo (difícil de calificar, aunque a la memoria vienen una serie de epítetos malsonantes que la irían al pelo), a propósito del supuesto exceso de funcionarios públicos, que preferiría que estuviesen en su casa cobrando un subsidio que en sus puestos sin nada que hacer gastando bolígrafos y teléfono. Y por ello concluye en que habría que eliminar a un elevado número de ellos.
            Y claro, leyendo estas opiniones memas y malignas, a uno le da en pensar que en este país no es que sobren funcionarios, ni trabajadores, ni inmigrantes, ni nada de eso. Lo que en verdad sobran es personajes como el tal Juan Rosell, Gerardo Díaz Ferrán y tantos otros que enarbolan la insensibilidad como bandera, la insolidaridad como estandarte y la mentecatez como discurso.
            O sea, lo que sobran es negociantes de tres al cuarto, porque en cambio faltan emprendedores auténticos y hombres de negocio solventes, que sean capaces de crear economía, pero no a cambio de dejar en la cuneta del paro a millones de trabajadores, ya sean públicos o privados.
            Son quienes pertenecen a esta casta estéril de zánganos quienes no entienden que la única manera de ser alguien en el mundo de los negocios, exige tratar decentemente y ser justos con sus trabajadores; estimular su formación para que se igualen a lo mejor de lo mejor. En vez de empeñarse en copiar los malos usos de modelos semi esclavistas y corruptos como el chino.
            No tenemos que competir con los fabricantes del todo a cien, sino con aquellas naciones que invierten para que de sus cadenas de producción salga lo mejor de lo mejor, aunque ello implique ganar algo menos de dinero, o hacerlo más lentamente. Y eso requiere igualmente, una función social eficaz y capaz, que valore la probidad, más que la baratura; la experiencia, más que el miedo a llevar la contraria.
            El Sr. Rosell y sus colegas deberían aprender que las sociedades más avanzadas en términos de producción y generación de riqueza, son las que invierten en tener los mejores profesionales y les remunera en lo que de verdad valen. En vez de cicatear para sacar tajada y luego sacar maletas de billetes por la frontera. Porque eso sí, estos individuos tan patriotas se llevan la pasta a cualquier sitio donde les den coba, en vez de emplearlo en ayudar a su país.
            Aunque los negociantes españoles no lo entiendan, no hay más secreto. Y si siguen abusando, antes o después excitarán la ira de los menos afortunados que volverán la mirada hacia ellos.

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