viernes, 4 de enero de 2013

Ante la catástrofe...



       
¿Hasta cuándo?

          La Pluma Afilada
         Nuestra sociedad vive una catástrofe de dimensiones difíciles de calificar. Muchos miles, seguramente millones, se enfrentan a un futuro sin futuro, sin perspectivas, sin esperanza, aterrador… Unas escenas de dolor humano, no hace tanto impensables –suicidios, desahucios, miseria, etc.-, se han instalado en lo cotidiano, sin que nadie parezca tomar conciencia de lo que sucede y mucho menos se muestre dispuesto a atajarlo a la mayor brevedad. Se hacen promesas huecas que nunca se cumplirán.
         No hace tanto, la codicia de muchos, pero sobre todo la de unos cuantos desaprensivos, abonaron el terreno para llegar a esta situación. La llamada clase política, o mejor una cierta clase política, profesionalizada y convertida en casta corrupta, no sólo no supo o no quiso atajar este desaguisado, sino que lo animó para alimentar su propio lucro.
         El capitalismo salvaje, liberado de cualquier freno por la caída de los regímenes comunistas, se apoderó del control del sistema financiero para dictar sus normas y obligaciones.
         Con todas esas coordenadas llegó la crisis cuando alguien movió el naipe que sujetaba el castillo de cartas en que se había convertido el entramado de las finanzas del mundo. Goldman Sachs fue sólo el principio, la llamarada inicial. Los pirómanos no dejaron de echar leña al fuego. Bien al contrario, aumentaron el combustible para la hoguera.
         Los grandes popes de los negocios planetarios decidieron que era la ocasión de someter a los humildes y pisotear los derechos sociales acumulados después de varios siglos de lucha. Ni siquiera los sindicatos y los partidos políticos mal llamados de clase, se atrevieron a rechistar. Todo lo más, hicieron una mueca de disgusto. Pero no mucho más para no molestar a quien financia sus campañas.
         En ese río revuelto no tardaron en ponerse a echar el anzuelo los pescadores ventajistas. Y sobre todos ellos uno, la Alemania unificada bajo la atroz batuta de Ángela Merkel. Aquello que siempre trataron de evitar los padres de la Europa unida, se convirtió en realidad: Una Europa dirigida y controlada por Alemania, la misma Alemania que arrastró al continente y al mundo a dos sangrientas contiendas.
         Una Alemania que, desde el final de la segunda de esas catástrofes había sido obligada a mantenerse humilde y discreta para que le fuesen perdonados sus pecados militaristas y sus aventuras sangrientas.
         Pues bien, como si se tratase de una vendetta propia de la Ndrangheta calabresa, esa misma Alemania –con algún sicario, como Finlandia— se ha erigido en capataz europeo, armado con el látigo del déficit cero, y ha obligado a gobiernos y oposiciones mediocres a condenar a sus ciudadanos a la desesperación y la exclusión social.      Entre tanto, Alemania consolida su economía y el resto de los llamados socios europeos –y en especial los del sur— malviven instalados en la recesión y la creciente pobreza.
         Los intentos de reaccionar contra esa situación –como el 15-M— se han visto reducidos a lo testimonial por falta de solvencia. No se pueden detener tanques con una flor. Las revoluciones, incluso pacíficas, deben contar con medios contundentes e ingeniosos. Pero esos medios hay que buscarlos o inventarlos. Y si se quiere luchar contra el sistema, hay que invadir el sistema como un virus para luchar con sus propios medios.
         A lo largo de la historia la Revolución ha sido el recurso de los más frente a los menos cuando éstos últimos decidían sin contar con los primeros y les obligaban a aceptar lo inaceptable. ¡Estamos en esa situación ahora! ¡Ya no valen más cuentos! ¡A nadie engañan ya los que dicen gobernar al pueblo sin contar con él más que cada cuatro años, cuando sembrando mentiras invocan su confianza para sumar votos!
         Esta situación no aguanta mucho más y por eso cabe preguntarse ¿Hasta cuándo? Hasta cuándo va a soportar la gente este martirio; hasta cuándo seguiremos asistiendo en silencio a suicidios, desahucios y abusos de quienes lo tienen todo y aún quieren tener más. Hasta cuándo la paciencia de los más –cuando no el miedo- será siendo la primera aliada de los causantes del desastre.

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