¿Hasta cuándo?
La Pluma Afilada
Nuestra sociedad vive una catástrofe de
dimensiones difíciles de calificar. Muchos miles, seguramente millones, se
enfrentan a un futuro sin futuro, sin perspectivas, sin esperanza, aterrador…
Unas escenas de dolor humano, no hace tanto impensables –suicidios, desahucios,
miseria, etc.-, se han instalado en lo cotidiano, sin que nadie parezca tomar
conciencia de lo que sucede y mucho menos se muestre dispuesto a atajarlo a la
mayor brevedad. Se hacen promesas huecas que nunca se cumplirán.
No hace tanto, la codicia de muchos,
pero sobre todo la de unos cuantos desaprensivos, abonaron el terreno para
llegar a esta situación. La llamada clase política, o mejor una cierta clase
política, profesionalizada y convertida en casta corrupta, no sólo no supo o no
quiso atajar este desaguisado, sino que lo animó para alimentar su propio
lucro.
El capitalismo salvaje, liberado de cualquier
freno por la caída de los regímenes comunistas, se apoderó del control del
sistema financiero para dictar sus normas y obligaciones.
Con todas esas coordenadas llegó la
crisis cuando alguien movió el naipe que sujetaba el castillo de cartas en que
se había convertido el entramado de las finanzas del mundo. Goldman Sachs fue
sólo el principio, la llamarada inicial. Los pirómanos no dejaron de echar leña
al fuego. Bien al contrario, aumentaron el combustible para la hoguera.
Los grandes popes de los negocios planetarios decidieron que era la ocasión de
someter a los humildes y pisotear los derechos sociales acumulados después de
varios siglos de lucha. Ni siquiera los sindicatos y los partidos políticos mal
llamados de clase, se atrevieron a rechistar. Todo lo más, hicieron una mueca
de disgusto. Pero no mucho más para no molestar a quien financia sus campañas.
En ese río revuelto no tardaron en
ponerse a echar el anzuelo los pescadores ventajistas. Y sobre todos ellos uno,
la Alemania unificada bajo la atroz batuta de Ángela Merkel. Aquello que
siempre trataron de evitar los padres de la Europa unida, se convirtió en
realidad: Una Europa dirigida y controlada por Alemania, la misma Alemania que
arrastró al continente y al mundo a dos sangrientas contiendas.
Una Alemania que, desde el final de la
segunda de esas catástrofes había sido obligada a mantenerse humilde y discreta
para que le fuesen perdonados sus pecados militaristas y sus aventuras
sangrientas.
Pues bien, como si se tratase de una vendetta propia de la Ndrangheta calabresa, esa misma Alemania
–con algún sicario, como Finlandia— se ha erigido en capataz europeo, armado
con el látigo del déficit cero, y ha obligado a gobiernos y oposiciones mediocres
a condenar a sus ciudadanos a la desesperación y la exclusión social. Entre tanto, Alemania consolida su economía
y el resto de los llamados socios europeos –y en especial los del sur— malviven
instalados en la recesión y la creciente pobreza.
Los intentos de reaccionar contra esa
situación –como el 15-M— se han visto reducidos a lo testimonial por falta de
solvencia. No se pueden detener tanques con una flor. Las revoluciones, incluso
pacíficas, deben contar con medios contundentes e ingeniosos. Pero esos medios
hay que buscarlos o inventarlos. Y si se quiere luchar contra el sistema, hay
que invadir el sistema como un virus para luchar con sus propios medios.
A lo largo de la historia la Revolución
ha sido el recurso de los más frente a los menos cuando éstos últimos decidían
sin contar con los primeros y les obligaban a aceptar lo inaceptable. ¡Estamos
en esa situación ahora! ¡Ya no valen más cuentos! ¡A nadie engañan ya los que
dicen gobernar al pueblo sin contar con él más que cada cuatro años, cuando
sembrando mentiras invocan su confianza para sumar votos!
Esta situación no aguanta mucho más y
por eso cabe preguntarse ¿Hasta cuándo? Hasta cuándo va a soportar la gente
este martirio; hasta cuándo seguiremos asistiendo en silencio a suicidios,
desahucios y abusos de quienes lo tienen todo y aún quieren tener más. Hasta
cuándo la paciencia de los más –cuando no el miedo- será siendo la primera
aliada de los causantes del desastre.
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