Censura lésbica
Aníbal Malvar es periodista y escritor. Su última novela es "La balada de los miserables" (Akal, 2012)
http://www.akal.com/libros/La-balada-de-los-miserables/9788446035435.
Más información en http://es.wikipedia.org/wiki/Aníbal_Malvar
Sígueme en twitter @anibalmalvar - Web: Aníbal Malvar
Asombrado quedéme, este lunes a la hora del primer caviar, cuando el informativo de
TVE me ofreció amplia cobertura de la entrega de un Globo de Oro a
Jodie Foster,
sin citar que la actriz y directora había dedicado su discurso a
vindicar su lesbianismo. El parte se limitó a decir que había dedicado
el premio a su familia, sin especificar, por supuesto, que su familia
son dos hijos adoptados junto a su ex pareja fémina.
En mi estolidez malpensante, en principio pensé que los redactores
del telediario habían sufrido un arrebato autocensor de inspiración
roucovareliana. Mas no. Eso no puede ocurrir en un país del primer
mundo, con billete solo de ida hacia el tercero, y de constitución
laica. Lo que le ocurrió a los redactores de TVE es que esa mañana se
habían leído
La Gaceta.
La Gaceta,
para quien ande desinformado de las excelencias culturales del país, es
un joven y arrogante periódico nacido en el apacible y susurrante seno
informativo de
Intereconomía. Aquella mañana de autos en la que Jodie Foster apareció en TVE como una niña muy familiar y escasísimamente lesbiana,
La Gaceta publicaba a mucha plana una entrevista con
Philippe Ariño,
un chico católico vestido de lila que, desde que no folla, se dedica al
pentámetro yámbico libre. O sea, al verso: “Nadie imagina lo feliz que
soy desde que no practico la homosexualidad”, decía en vocingleros
titulares.
Este
marqués de Bradomín inverso –guapo, católico y poco sentimental– antes era profesor de español en Francia, pero ahora está de excedencia porque
se dedica a dar charlas remuneradas para difundir su credo en colegios
católicos y orgías de incienso y mirra: “Todo está muy claro: no estoy
convencido de que la pareja homosexual sea lo mejor que le puede ocurrir
a uno que se siente homosexual de forma duradera. A día de hoy, no me
he topado con uniones homosexuales que de verdad sean sólidas,
resplandecientes y satisfactorias a largo plazo. Por eso he elegido
vivir la continencia, es decir, entregar mi homosexualidad a
Jesucristo y a su Iglesia”.
Cuando Jodie Foster reconoció su más que resabida homosexualidad en
los Globos de Oro, balbuceaba. Philippe Ariño, muy al contrario, gritaba
desde el interior de su traje lila su católica renuncia al gusto por
los varones. TVE elidió los balbuceos lésbicos de Jodie poniendo una voz
en
off que ensalzaba a la familia, como si la familia de la
actriz fuera tradicional, católica, obámica, pepera y atendida
sanitariamente por un
Güemes dimitido.
La Gaceta, sin embargo, dio rienda suelta al misticismo apóstata gay de Philippe Ariño. Pues yo me quedo con
La Gaceta.
La manipulación es mejor informadora que el silencio. Porque el
silencio no nos deja ni margen para descreer. Y estamos hablando de una
televisión pública, que a mí me cuesta una pasta, no sé al lector. Que
La Gaceta,
con las contradicciones, o no, de su casto homosexual purpurado, me
diga más verdad que el silencio de mi tele, me duele un poco por el
antifonario (lo siento, pero la expresión es propia del campo semántico
de este artículo).
Algunos de mis despreciables lectores (que son todos) dirán que el
hecho de que Jodie Foster haya aireado su homosexualidad no es noticia.
Que la noticia es el Globo de Oro. Pues no.
La noticia, creo en mi cortedad, es que una actriz del siglo XXI,
nacida en la cuna de las libertades, tenga que esperar 50 años y un acto
público para seguir avergonzándose de ser lesbiana. Para balbucear “soy lesbiana” mientras recoge uno de los reconocimientos más importantes del chiringuito de su arte.
Somos australopitecos, en esto del sexo que sobrepasa la postura del
misionero. Si yo, en este artículo, le llamo a alguien maricón, o
lesbiana, o bisexual, o chupapollas, o bollera, me pueden demandar por
muchas cosas. La libertad la tendremos cuando los verdaderos insultos,
los insultos irreversibles, sean manipulador, censor o silencioso. Sobre
todo silencioso, que ni te deja baza al conocimiento o a la réplica.
Como esa TVE que pago, me calla cosas y no es mía.
El día en que las palabras maricón, lesbiana, chupapollas, bollera,
julandrón, tortilla, gay, comecoños o puta no se consideren insultos,
sino opciones orgullosas de vida, serán por fin sinónimos de la hoy casi
impronunciable palabra libertad.