¿Por qué miente el PP?
La moral protestante penaliza la mentira con la
muerte política. A Clinton no lo tambaleó el fornicio chapucero sobre la
alfombra azul del despacho oval, sino la trola con la que intentó
ocultar su desahogo. No quiero decir que los dirigentes sajones no
engañen. Ahí está Kissinger para darle categoría a los embustes
gubernamentales con la oportunista teoría de que la moral del estadista
es diferente a la del ciudadano corriente. Pero pareciera que en la vida
pública de estos países estuviera bien presente la advertencia de
Lutero: «Una mentira es como una bola de nieve; cuanto más rueda, más
grande se vuelve».
Hacia nuestro sur, la moral católica concede a la
confesión una capacidad de reseteo de las flaquezas humanas francamente
útil. Y esta debe de ser la clave que explica por qué el PP se ha
embarcado en una espiral inexplicable y suicida de embustes zafios con
muy poco recorrido.
Amigos como son de púlpitos y sotanas, supongo que
confiarán en la reparación balsámica de la justicia a través del
arrepentimiento que precede a la confesión. Eso sí, en privado. No se
explican, si no, las descomunales chapuzas en la gestión del asunto; las
trapalladas dialécticas de ese mal chiste de portavoz que es Carlos
Floriano; los balbuceos de la desaparecida y otrora desafiante De
Cospedal y hasta el silencio acusador de un Rajoy que aún no ha
censurado ni un ademán del aparatoso Bárcenas.
Saben que mienten. Y
saben que la mentira es un pecado político que no deberían poder
resarcir por la apañada vía del arrepentimiento compartido en la
intimidad de un confesionario, esté este en una iglesia o en las
mazmorras de Génova. Si su moral se lo permite, la nuestra no debería.
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