El falso dilema de Rajoy
Máximo Pradera (Humorista y periodista)
"A España se le presentó el dilema de conservar sus convecionalismos
legales y perecer o salvar a la nación, saltando por encima de ellos.
Nuestra generación prefirió esto último. Sin que ello fuese en
detrimento de la libertad, que sólo bajo el orden, la paz y la seguridad
colectiva, puede garantizarse".
Aclaro que Franco tuvo la prudencia de responder a las preguntas del
periodista en castellano, pues su inglés, del que da una idea este saludo a la Pérfida Albión
era aún más horripilante que el de Mariano Rajoy. ¿Hace falta recordar
que al presidente del Gobierno de España (¿o es de la Islas Solomon?) la
oración más compleja que se le conoce en la lengua de Shakespeare es:
"Is very difficult todo esto".
En su entrevista a la BBC, el dictador Franco empleó una triquiñuela lógica barata, conocida como la
técnica del falso dilema,
en la que eran maestros los sofistas griegos. Su inane tenderete (con
el que ganaron carretadas de dinero) fue denunciado de forma sistemática
e inmisericorde por Aristóteles.
La técnica del falso dilema consiste en presentar dos alternativas
lógicas como las únicas posibles, cuando en realidad existen una o más
opciones que se ocultan maliciosamente al interlocutor, con objeto de
ganar la discusión.
¿Votarás por la independencia de Cataluña o vas a permitir que Madrid nos siga expoliando?
Es una pregunta de falso dilema, que está ahora muy de moda y que ha
contribuido en no poca medida a crispar el clima político nacional.
Protágoras de Abdera, el sofista griego que recorría el mundo
cobrando minutas dignas de Iñaki Urdangarin, por sus conocimientos
acerca del correcto uso de las palabras (y que ahora sería el director
de Comunicación de Artur Mas), decía que el primer requisito para lograr
sobresalir en el noble arte de la elocuencia era dominar la habilidad
de
convertir en sólidos y fuertes los argumentos más débiles. Gorgias, también de la misma escuela, afirmaba que
con las palabras se puede envenenar y embelesar.
Se trata de embaucar o derrotar al otro mediante razonamientos
engañosos. El arte de la persuasión no estaba, para estos
pseudopensadores, al servicio de la verdad, sino de los intereses del
que habla.
Para defender su fraude electoral (Rajoy está gobernando con un programa no legitimado por el voto) el presidente lleva empleando, desde que ocupó el poder, la falacia del falso dilema.
Como Protágoras de Abdera en el siglo V antes de Cristo. Como Franco desde que se sublevó en armas contra la IIª República.
Lo dijo bien claro, hace pocos días, ante un periodista del semanario
The Economist y lo ha reiterado en el debate del estado de la nación:
"O cumplía con el programa electoral o cumplía con mi deber".
El subtexto del falso dilema de Rajoy es el siguiente:
Si por respetar el pacto electoral, hubiese aplicado las
medidas que prometí a casi once millones de ciudadanos, ahora España
estaría en la bancarrota. Una vez llegado a La Moncloa, me fue revelado
un bien superior que había que defender, que es la reducción del déficit
a cualquier precio, y mi deber, como capitán del barco, es ignorar la
hoja de ruta inicial, para amoldarme a las nuevas circunstancias,
salvando así a la tripulación y al pasaje.
Rajoy se cree el capitán del
Titanic. La soberanía nacional
no reside, para él, en el pueblo español, sino en su persona, de la que
emana una autoridad omnímoda e incuestionable, al menos durante los
cuatro años que dura la legislatura.
Dicho de otra forma:
Para Rajoy ejercer la soberanía nacional es que los españoles elijan
cada cuatro años a un dictador: un gobernante con bula para tomar las
decisiones que le dé la gana, sin tener que dar explicaciones, ni a la
oposición, ni a los medios de comunicación. La única diferencia con un
déspota griego es que Rajoy espera que los españoles le renueven la
confianza dentro de tres años.
Imaginemos a Rajoy con guerrera de capitán (botones dorados de anclas
cruzadas) y pantalón azul marino. Pensemos en él como el capitán del
barco
Spanien (el nombre se lo ha puesto su armadora, Angela
Merkel). Los primeros días de travesía transcurren plácidamemte cuando
de pronto, llega un radiocable avisándole de que puede haber icebergs en
el camino y que debe extremar las precauciones. Como Rajoy conoce la
historia del
Titanic, sabe que si sigue a toda máquina por
aguas del Atlántico Norte, acabará chocando con un témpano. Pero el
capitán Rajoy necesita ir deprisa, porque su armador, Merkel, le ha
prometido una formidable recompensa si cubre el trayecto en un tiempo
récord.
Entonces, el gallego de eses sibilantes tiene una intuición genial.
Son decisiones que nadie te puede enseñar a tomar en la Escuela Naval,
porque nacen de un talento innato y de un profundo conocimiento de las
cartas de navegación y las corrientes marítimas. El Capitán Rajoy
decide, sin dar explicaciones a nadie, cambiar de ruta y alcanzar la
costa americana a través de las aguas más cálidas del Mar de los
Sargazos, donde sabe que no encontrará hielo. Eso le permitirá conservar
su velocidad de vértigo y obtener la recompensa de Frau Merkel. Con el
resultado de que salva al barco de la colisión, pero acaba atrapado en
un marasmo de algas infranqueables y pestilentes (los sargazos se
mantienen a flote por medio de vejigas llenas de gas) que bloquean como
una maraña infernal las hélices del Spanien y condenan al barco a la
inmovilidad más absoluta.
Trasladado a la situación política, vemos que el problema de Rajoy,
como en su día el del Capitán del Titanic, es la velocidad excesiva, que
obedece no a los intereses generales sino a la codicia partidista.
Rajoy tiene prisa por implementar sus nuevas medidas, por eso gobierna a
golpe de decreto ley. En vez de perder tiempo pactando con la
oposición, con los sindicatos, o con los colectivos de médicos, juristas
y enseñantes que son la savia de la sociedad española, utiliza el
método de Alejandro Magno para desatar el nudo gordiano, que es emplear
la fuerza de la espada. En lugar de consultar mediante referéndum con
los españoles las grandes decisiones políticas y económicas que
contravienen el pacto electoral, Rajoy decide que su legitimidad de
origen (no empleó la coacción para obtener el poder) le otorga también
la de ejercicio, esto es: se siente legitimado para adoptar cualquier
medida que se le ocurra, sin consultar con la ciudadanía, tal como
aconseja la propia
Constitución Española en su Artículo 92:
1. Las decisiones políticas de especial trascendencia podrán ser sometidas a referéndum consultivo de todos los ciudadanos.
Rajoy tiene prisa, como el Capitán del
Titanic, y no está dispuesto a perder ni un día para preguntar a los españoles si están de acuerdo con el cambio de rumbo.
Si Rajoy no ha podido mantener la hoja de ruta que le llevó a la mayoría absoluta, sólo puede deberse a dos razones.
1) Hizo un mal diagnóstico electoral y creyó de buena fe que podía sacar a España de la crisis con las medidas que prometió.
En cuyo caso cabe preguntarse:
¿Si diagnosticó mal antes de obtener el poder (dispuso de ocho años
de oposición para evaluar la situación), por qué los españoles han de
creer que está ahora en lo cierto, y que un diagnóstico apresurado y
oportunista, llevado a cabo en las primeras semanas de poder, es el
adecuado?
¿Si se equivocó antes por qué hemos de creerle ahora?
2) Prometió a sabiendas medidas que sabía que eran de
imposible cumplimiento, para engatusar a un electorado incauto y poco
responsable con el voto.
Es decir, hizo prevaricación electoral.
Cada vez que Rajoy justifica el fraude electoral con el argumento de
que está cumpliendo con su deber, me acuerdo del General Franco y
también del hecho que el diccionario de la RAE contiene al menos dos acepciones, casi antéticas, para la palabra
deber:
1. tr. Estar obligado a algo por la ley divina, natural o positiva. U. t. c. prnl. Deberse a la patria.
2. tr. Tener obligación de corresponder a alguien en lo moral.
Para Rajoy, el deber no es la obligación que contrajo con sus propios
votantes, sino la ley de divina, ya lo dijo él mismo en precampaña
electoral:
"Haré una política económica como DIOS manda".