Vivir con la mentira
La mentira se ha instalado entre nosotros como una
mofeta de compañía. Al principio, su fetidez nos producía náuseas. Poco a
poco nos hemos ido acostumbrando. Además, tiene un bonito pelo, ¿no les
parece?
Sin embargo, en las últimas veinticuatro
horas se han pronunciado oficialmente dos frases sinceras. Una, cuando
el cirujano de Su felizmente operada Majestad dijo, como al desgaire,
que "yo no sé cuáles son las actividades de un rey" (cito de memoria).
Me quedé noqueada, consciente de que acababa de escuchar la única verdad
del día.
Error: faltaba otra. Ocurrió cuando Rajoy
en Nueva York levó el ancla de su cerebro para soltar un hilillo: "Eso
no nos lo planteamos hacer". Se refería a los cambios de la Consti para
otorgarle al heredero más representación, en un probable futuro de
quirófanos y convalecencias.
Es obvio que lo del
primero era un rasgo aclaratorio propio del sentido común y proveniente,
por más señas, de un hombre que no vive en España, no contaminado. Pero
lo del presidente fue como el yang de su yin, el reverso exacto de la
única frase honesta pronunciada por él con anterioridad: aquel
insistente "Vamos a hacer lo que tenemos que hacer" que todavía me hiela
la sangre, visto lo visto y lo que queda por ver. Estas dos sentencias
suyas le definen. O mejor dicho, con esas palabras queda firmada nuestra
sentencia.
Hacer lo que dijo que tenía que hacer
para que empiecen a llamarnos el Pueblo Elegido para Ser Sometido (lo de
Grecia puede ser más brutal; lo nuestro es más siniestro), y no tener
planeado hacer lo que tal vez sería conveniente que hiciera para que no
se monte otro carajal cuando el monarca decaiga aún más, y siga
negándose a ser un retirado viviente a la benedictina. Ése es su plan
taoísta-mariano.
Vivir con la mofeta está
convirtiéndose en una cómoda resignación, y nos deja inertes ante las
verdades que matan. En nuestra aceptación del mamífero subyace una
verdad terrible. Y es que si ha dejado de apestar es porque ya no nos
teme.
Quizá deberíamos sacudirle un par de buenos meneos públicos.
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